Hay empates que saben a victoria, como el de Córdoba, y derrotas que duelen más que otras, como la de ayer en el bondadoso Molinón, que no lo fue tanto al final, cuando dedicó silbidos al intento de paseíllo, que se quedó en saludos desde el tercio. La derrota de ayer ante un Castellón que parecía ser uno de los grandes (por cierto, ¿cómo se llama su portero, que estuvo inédito durante noventa insufribles minutos?) siembra dudas entre quienes no las tenían, enfría el ambientazo de ascenso que vive la afición y resucita los fantasmas de que este Sporting pasa su calvario en enero. Mal día para perder. Mal día porque el campo se acercaba a los grandes días (18.500 espectadores); el club sube en masa social (más de quince mil abonados) y en seguimiento por la red (un millón de visitas a la página web). Pero de fútbol, cero patatero. Un Castellón asustado al principio de cada tiempo fue reduciendo a la nada sus complejos para terminar en triunfador. No hay disculpa: el Sporting acumuló error tras error. Con un fútbol primitivo, basado en los balones largos de los dos centrales, nunca inquietó a un visitante que no ganaba en Gijón desde la Copa de 1973.

El Sporting se empecina en no crear juego en casa, y lo paga cada dos por tres. Ayer lo pagó con la cuarta derrota en El Molinón, que ya empieza a descubrir dónde están los males. Eso sí, los que tenían el sueño de ver jugar a Diego Castro de mediocentro lo han visto hecho realidad. Porque, damas y caballeros, Diego Castro fue mediocentro rojiblanco más de media hora, cuando Jorge Pina sustituyó a Iván Hernández, que se había rehecho de su mediocre primer tiempo y estaba combinando bien con Matabuena y Kike Mateo, reaparecido al fin. El sorprendente cambio apagó definitivamente al Sporting, que se hundió con el segundo gol visitante. ¿Alguien ha visto alguna vez jugar de mediocentro a Henry o a Robinho? Pues eso.

Mal día para perder, damas y caballeros. Mal día por el ambientazo, que se merece mejor juego, y por los resultados habidos entre los rivales más cercanos. Mal día para perder porque los éxitos se cimientan en los partidos de casa y aquí se tiran por la borda con una frivolidad que sonroja. Mal día para perder porque las gentes se dan cuenta de que los goles del contrario llegan siempre después de saques de esquina o de falta. Mal día para perder porque estamos en enero y las gentes están hartas de que sea el mes maldito. Mal día para perder porque las gentes acuden en masa al campo y no salen contentas. Tarde para el olvido.