David Bronstein nació el 12 de febrero de 1924 cerca de Kiev (Ucrania). Fue aspirante al Campeonato del mundo de ajedrez en 1951, corona que no pudo alcanzar al empatar con el titular, Mijail Botvínnik. Existen en Rusia 11 clubes con su nombre, en Alemania dos más, así como en países tan distintos como Colombia, Inglaterra, Ecuador, Estados Unidos, Francia, Grecia o Marruecos. Vivió largas temporadas en Oviedo. Era judío y, en 1992, cuando llegó por primera vez a Asturias, nada más bajar del avión exclamó: «Perdón, he tardado quinientos años en regresar». Hablaba correctamente el castellano y otros muchos idiomas. Era un ser extremadamente inteligente, generoso y tierno, que murió en Minsk, capital de Bielorrusia, el 5 de diciembre pasado.

David vio truncadas sus intenciones de acceder a la Universidad a consecuencia de la detención, durante siete años, de su padre, que sería liberado en 1944. Sus «antecedentes familiares» fueron un problema que Bronstein arrastró durante el estalinismo. Ser hijo de un «enemigo del pueblo» se consideraba una mancha imborrable en la Unión Soviética.

Bronstein fue el único gran maestro soviético que se negó a firmar la carta de condena por la «deserción» de Korchnoi, en 1976, perdiendo así la posibilidad de viajar fuera de la URSS durante los siguientes 14 años. Este tipo de valentía, que nos reconcilia con la condición humana, logró que los aficionados no olvidásemos a Bronstein. Teníamos sus partidas (ganó 52 torneos internacionales) y seguíamos sus artículos o sus 12 libros, publicados en ocho idiomas, por los que nunca llegó a cobrar derechos de autor. Su libro sobre el torneo de candidatos (Zurich, 1953) es considerado una de las mejores obras de la historia del ajedrez.

En 1984 se había casado con Tatiana, hija de su mejor amigo, Isaac Boleslavski, que había designado entrenador durante el match por el Campeonato del mundo de 1951, al que accedió, precisamente, tras eliminarle un año antes. Mucho se ha escrito de ese encuentro entre Bronstein y Botvínnik. Finalizado con un empate: cinco victorias para cada uno y catorce tablas, el resultado permitía retener el título al vigente campeón del mundo.

Botvínnik era doctor ingeniero y un hombre «del aparato», considerado un modelo del sistema soviético. Y realmente lo era. Recuerdo haber leído a un gran maestro que lo había visitado antes del match, y al que declinó su invitación a tomar un vaso de vino porque «¡dentro de seis meses tenía el Campeonato del mundo!».

Bronstein era todo lo contrario. Me atrevería a decir que, deliberadamente, quería ser la antítesis de Botvínnik, pues ambos mantuvieron una cierta animadversión el resto de sus vidas. Es comprensible. David era la cigarra y Mijail la hormiga. La gran mayoría de los aficionados preferían la fantasía, el romanticismo y la cercanía del poeta frente al orden, el estudio y la suficiencia del técnico. Bronstein era un creador y buscaba constantemente lo inexplorado, pretendiendo encontrar algo desconocido en cada momento.

En 1995 falleció Botvínnik y nuestro querido David, dotado de un cierto humor negro, me dijo, «pero, entoncesÉ ¡era humano!». El año anterior, Kasparov me había invitado a visitar Moscú y pude pasar una tarde inolvidable con Botvínnik, y comprobar esa enemistad histórica. Algo así como la extraña pareja de Jack Lemmon y Walter Matthau. Pero yo no era neutral y aproveché para intoxicar al viejo Mijail sobre la gran actividad que desplegaba el septuagenario Bronstein en España. Pero no era verdad. Problemas con el permiso de residencia, con su edad, con su salud, con su mísera pensión; cada vez era más difícil obtener su visado. En fin: muchas circunstancias impidieron que Bronstein se quedase en Asturias durante sus últimos días. Como el padre que va pasando temporadas con los hijos, sus amigos universales le acogíamos complacidos. David Haines y la Residencia San Gregorio, Tom Fustemberg en Holanda, su esposa Tatiana en Bielorrusia, otros nombres que no recuerdo de Inglaterra o EE UUÉ Y mientras tanto, integraba el equipo de ajedrez Campus de Viesques, de la Universidad de Oviedo.

¿Porqué David no fue campeón del mundo en 1951? Se ha especulado mucho con aquel match. Botvínnik había hecho muy bien sus deberes. Buena preparación y mejores analistas. Sin embargo, Bronstein se puso por delante y llegó a la decisiva 23.ª partida (y penúltima) del encuentro con un punto de ventaja. La posición se aplazó tras las cinco horas reglamentarias en una posición de fáciles tablas. Los analistas establecieron con Bronstein el plan de empate, pero al día siguiente David «tiró por otro lado» y perdió. Yo mismo le pregunté a David docenas de veces por la intrahistoria en esa partida del match. Siempre me contestó de manera distinta. En realidad, no lo consideraba importante. Hasta lo había olvidado en su manuscrito currículo, que llevaba en la maleta.

Es verdad que David ganó fortísimos torneos de ajedrez, hubiera obtenido un centenar de veces la norma de Gran maestro, lo que justifica sobradamente entrar en nuestro particular Olimpo ajedrecístico, sin falta de ser campeón mundial. Pero nadie entendió la frivolidad del aspirante. En una ocasión llegó a decirme que al no seguir los análisis pretendió demostrar a sus ayudantes que había otra manera de entablar. En otra, me susurró que no deseaba la victoria y convertirse en un engranaje del sistema. Ambas cosas eran propias de David.

Para que pueda entenderse el contexto y los riesgos, les propongo una comparación. Todos entendimos (¡exigimos!) a nuestro piloto Fernando Alonso un comportamiento conservador ante Schumacher en el Gran Premio de Brasil, de octubre pasado, para ganar el Campeonato del mundo de Fórmula 1. Recuerden la elección del bólido o su planteamiento inicial. Sustituyan el Auditorio de Oviedo por la sala Tchaikovski de Moscú y un seguimiento nacional similar. Agiten este cóctel. São Paulo-06 no es Moscú-51, pero la popularidad del ajedrez en la URSS no ha tenido parangón y su predominio mundial era presentado como la confirmación de la superioridad del sistema soviético. Bobby Fischer contribuyó a la leyenda de Bronstein al declarar, hace unos años, que cuando el americano era un adolescente Gran Maestro se encontraba llorando con ocasión de una derrota. David le consoló así: «¿Lloras por una partida? A mí me quitaron un Campeonato del mundo y ¡no derramé ni una lágrima!».

Una característica de los verdaderos artistas (y David lo era) es que se conforman sólo con la belleza, sin importarles las recompensas materiales, como el dinero. La vida nos vuelve a mostrar que muchos genios mueren en la miseria absoluta. Y que el disciplinado fue campeón, aunque el artista tuvo más necrológicas.

David Bronstein falleció el pasado 5 de diciembre en Minsk (Bielorrusia). Destacado ajedrecista, Bronstein pasó largas temporadas en Oviedo y era un profundo conocedor de Asturias. En ese artículo, Antonio Arias Rodríguez, síndico de la Sindicatura de Cuentas del Principado, glosa la figura de un auténtico genio y campeón.