Los puristas suelen subir al «cajón» más alto el juego del fútbol como algo perfecto, por su sencillez, competitividad y participación. O casi. Con 17 reglas y unos números, aún en yardas, parece caminar con salud de hierro entre continuos desencuentros semanales en todo el mundo. Desde aquellas primeras catorce reglas de 1.848 que crearon unos estudiantes ingleses y que otros colegas, hace 145 años, consolidaron mientras se tomaban unas cervezas sin en la taberna londinense Freemason, el marco de la discusión parece reunir las mejores condiciones para operar cualquier pequeño tumor que se atisbe y dañe a la criatura. Porque en su interior, según un famoso ex futbolista, «todo es muy sencillo, sólo lo complicamos los futbolistas». Y por ese camino transcurre la IFAB (Internacional Football Asociation Board) con lentitud, pruebas, rechazos y eficacia. El pasado día 8 de marzo, en su última reunión, acordó posponer la utilización de la tecnología, que otros deportes ya utilizan, en la línea de meta y experimentar con dos árbitros asistentes adicionales para controlar las faltas y mala conducta dentro del área. Aprobó también la persecución y sanción al tramposo y animó a endurecer los castigos a los futbolistas que produzcan entradas violentas sobre el terreno de juego fijando los mismos en competiciones internacionales en 105 x 68. Todo transcurre para que cada domingo el mayor problema lo tenga injustamente el de siempre y cada café del lunes se revuelva con su nombre.