Qué le ha pasado al Barça? Que ha confundido el fútbol con el arte. No es lo mismo ser futbolista que artista bohemio, y no es lo mismo un gol para enmarcar que una exposición de cuadros. El artista bohemio por excelencia fue el gran pintor Modigliani: guapo, elegantísimo, con una mala salud muy artística (tuvo tuberculosis), mucho éxito con las mujeres, bebedor y consumidor de drogas. Los excesos y la tuberculosis se llevaron a la tumba a Modigliani a los 35 años, pero su obra es inmortal. Un equipo de fútbol guapo, elegante, con artística mala salud defensiva, mucho éxito entre los aficionados, bebedor de fútbol de toque y consumidor de drogas que llevan a alucinar con el fútbol de ataque puede convertirse también en inmortal, pero jamás hará un cadáver tan bonito como el de Modigliani.

El Barça de Rijkaard (si no lo remedia la Liga de Campeones) ha muerto víctima de sus excesos y de esa meningitis tuberculosa que sufre desde la temporada pasada y que le lleva a no poder respirar el polvo de los partidos encarrilados. Lo que sucedió el pasado sábado contra el Betis ya lo vimos el año pasado también contra el Betis y el Espanyol. Un equipo como el Barça no puede permitirse el lujo de ser bohemio. El Madrid, por ejemplo, es muy poco bohemio. No le importa no ser guapo, ni elegante, ni ser pitado de vez en cuando por su afición. No le importa ser abstemio de la Liga de Campeones. No le importa no consumir drogas. Y no le importa no ser inmortal. ¿Por qué? Porque va a ganar la Liga. Primero la Liga, y luego el arte. Ser bohemio es un lujo al que pueden aspirar equipos como el Villarreal o el Atlético de Madrid. El Barça y el Real Madrid están para otras cosas.

Es curioso que el Barça sea un equipo que se resiste a morir de viejo. El Barça de Rijkaard ganó hace un par de años la Liga y la Liga de Campeones, y en lugar de envejecer plácidamente haciendo lo que sabe, se ha dejado vencer por los excesos de sus estrellas y la tuberculosis de su juego. Qué absurdo. El arquitecto Gaudí murió arrollado por un tranvía. El dramaturgo Tennessee Williams murió en su baño asfixiado por el tapón de un bote de pastillas. Y dicen que François Vatel, cocinero de Luis XIV, se atravesó el corazón con una espada al no poder soportar que el marisco llegara a su cocina con retraso. Todas esas muertes, por absurdas que sean, son más racionales que la muerte que ha escogido el Barça y, en especial, Ronaldinho. Un gran equipo puede morir atropellado por un tranvía, es decir, por un equipo todavía mejor, más moderno, con jugadores excepcionales y hambrientos. Es lo que le sucedió al Barça de Cruyff cuando fue derrotado en la Copa de Europa por un impresionante Milán. Vale. Un gran equipo puede morir asfixiado por el tapón de un bote de pastillas, como precisamente le ha ocurrido al Milán esta temporada, más pendiente de las pastillas de una plantilla envejecida que de librarse de la medicación. Vale. Un gran equipo puede clavarse una espada en el corazón al no soportar que el marisco llegue con retraso, como le ha ocurrido al Valencia. Vale. Pero morir de un ataque de bohemia, a estas alturas de la vida futbolística, no tiene sentido.

El Barça de Ronaldinho ya estará para siempre en las vitrinas del Museo del Barça. Entiendo que quiera seguir siendo guapo y elegante. Entiendo que la tuberculosis futbolística es una enfermedad muy romántica. Entiendo que los jugadores quieran ser amados, que les guste el alcohol y que miren las drogas como una forma de dejar alucinados a los espectadores. Pero no entiendo que este Barça se muera tan joven. Que un tranvía (Cristiano Ronaldo, por ejemplo) atropelle a Ronaldinho. Que Deco se atragante con un tapón en el centro del campo. Que Henry se atraviese el corazón al no soportar llegar con retraso a ese marisco en forma de pases que sirven Xavi e Iniesta. Pero que no mueran por querer ser bohemios. Los excesos no se curan con defectos. Y la tuberculosis se cura con concentración y hambre de títulos.