Gijón, Mario D. BRAÑA

Como no domina los partidos, como le entra un ataque de racanería cada vez que se ve por delante, al Sporting le pasó ayer lo que pudo ocurrirle en cualquiera de las jornadas anteriores. Perdió dos puntos cuando parecía que iba a salir beneficiado de la ruleta rusa en que derivó el partido. Fue en el minuto 89, pero pudo haber sido antes. O nunca, si el Nàstic no hubiese tenido la suerte que le faltó en este mismo campo al Numancia y a la Real Sociedad, por ejemplo. El punto puede parecer poca cosa por las circunstancias y por el rival, pero, ojo, que con estos jugadores el Nàstic armará más de un destrozo de aquí a final de Liga. El Sporting, liderado por Bilic, supo hurgar en los defectos que han llevado a los de Tarragona al fondo de la tabla. Y, por la misma razón, sufrió el poderío atacante del Nàstic. Al final, un punto de sabor agridulce para un Sporting que, últimamente, cuando no gana, empata.

El Sporting marcó muy pronto, quizá demasiado para los intereses de su afición. Con el 1-0 creyó tener cerrado el partido, confiado en la fortaleza defensiva (Roberto incluido) de las últimas semanas. Quiso dormir el juego y aburrir a su rival, cuando es evidente que este equipo vive de la intensidad, de llevar la presión a las posiciones más adelantadas posibles. Reculó tanto que permitió al Nàstic jugar donde más le interesaba: en el campo rival, donde tiene sus mejores bazas, propias de un aspirante al ascenso, no de un equipo cualquiera.

El castigo, o sea, el empate llegó en el último momento, igual que pudo hacerlo antes, en las oportunidades de Jandro, Moisés y Maldonado. El Sporting, anclado a dos mediocentros peleados con el balón, despilfarró el crédito que tiene entre su afición, que no se acostumbra a ver a su equipo jugar en función del rival, por mucho que sea rentable a efectos numéricos.

Con la entrada en la alineación de Luis Morán y Omar, Preciado tenía todas las bazas para matar el partido al contragolpe. El problema es que no había nadie con condiciones para lanzarlo. Ni con excesivo interés. Bilic, de nuevo solo contra el mundo, se cansó de esperar ayuda y decidió buscar el gol imposible. Con el cabezazo de Abel, todo volvía al inicio.

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