Ahora resulta que Luis salió airoso de su comparecencia ante los españoles, quienes, por cierto, demostraron qué poco les interesa (sólo 2,5 millones siguieron su intervención frente a los casi seis de Zapatero, por ejemplo). Que no engancha, vaya, que pasan de él. Los «mileuristas», los primeros. ¿Por qué? Porque le sonó a chino cuando una del gremio le pronunció ese término. Y resulta que sus cinco hijos son «mileuristas»É ¿Será verdad? Si él lo diceÉ y tal.

Pero, ¿cómo enterarse de algo cuando ni él se aclara de lo que piensa o expresa? O sí. No sé. Dos ejemplos, juzguen. Uno: «No sé si me vacunaré: posiblemente sí, pero como no es obligatorio, igual no» y dos: «Yo por ese camino no camino en el sentido de que tal» (refiriéndose a la falta de unidad con la prensa). Perdona, míster. ¿Me lo puedes repetir? Porque no me pispo ni de la mitad. Fue usted a Ciudad Real a ver un partido de balonmano clasificatorio para qué: ¿«La Champions del fútbol, o la Eurocopa»?, en qué quedamos. Sea claro, Zapatones: ¿va a un sitio de ciegos a ver competiciones de baloncesto en silla de ruedas? Yo no le creo, Zapatones, porque no me dice en qué tengo que creer.

Porque cuesta no perderse ante el discurso de alguien que acaba una frase de diez, que habla mal y se lía con rodeos insustanciales. Cuesta ilusionarse si quien debe ilusionar no dice nada nuevo, esperanzador. Cuesta creerse que el dañino debate sobre Raúl siga acaparando la actualidad de la selección. Cuesta ver cómo vuelve a recurrir al grito y a la demagogia cuando se ve acorralado. Cuesta aceptar que nos sitúa a la altura de selecciones como Dinamarca o Suecia. Cuesta creer que su mente está tan lúcida como dice. Cuesta asumir las pocas respuestas, lo vacío de los argumentos, lo hueco de las ideas, las escasas propuestas. Cuesta creerse algo bonito si ese algo no existe. Una última pregunta, Luis: ¿Por qué promete hacer el Camino de Santiago si, como admite, no siempre se hace lo que se dice? Ah, «que sólo sé que no sé nada». Vale.