Oviedo, Mario D. BRAÑA

Cuando José Emilio Santamaría incluyó a Joaquín en la lista para viajar a Rusia, el ovetense del Sporting ya había debutado en la selección absoluta. También había participado en el preolímpico, que se resolvió con un contundente triunfo en Israel (0-3). «Después de clasificarnos, nos marchamos de vacaciones porque pensábamos que los profesionales no podían ir a los Juegos», explica Joaquín, recordando aquel atípico verano del 80.

Por supuesto, en Moscú hubo profesionales. Algunos, como los de Alemania del Este, camuflados bajo el manto protector de un Estado que sustituía la retribución económica por otro tipo de privilegios. Y profesionales con todas las letras, como los españoles. Entre los compañeros de Joaquín estaban Buyo, Marcos Alonso, De Andrés, Gajate, Víctor Muñoz, Urbano, Rincón, Agustín, Urkiaga, Espinosa y Zúñiga.

También David, compañero en el Sporting y cómplice en muchas de las trastadas que Joaquín prodigó durante su carrera. En Moscú, por ejemplo, como ideólogos de alguna broma con Enrique Pagán, el utillero y masajista. O los trapicheos con el caviar, que Joaquín probó en Rusia por primera vez. La temprana eliminación permitió a los jugadores disfrutar de una semana casi vacacional en Moscú.

Joaquín hubiese preferido seguir en competición hasta el final. «Lo estropeamos al empatar contra Siria. Los otros dos, con Alemania del Este y Argelia, tuvieron mucho mérito porque jugaron con las selecciones absolutas». En la alineación argelina brillaban apellidos como Belloumi o Madjer, que se hicieron muy familiares dos años después para los aficionados asturianos y españoles, durante el Mundial-82.

Como las sedes del torneo fueron Minsk y Kiev, los españoles no cataron el ambiente de los Juegos hasta que se trasladaron a la villa olímpica. «Fue una semana que tengo grabada en la memoria. Pudimos ver todas las competiciones y conocer a deportistas como Tatchenko y Juantorena, o los españoles López Zubero y Herminio Menéndez. Para un futbolista, un Mundial es la guinda, pero los Juegos son otra historia».

Lo peor de aquella semana moscovita fueron los mosquitos. Aunque, como reconoce Joaquín, él y sus compañeros aprovechaban las noches para algo más que dormir. «Nos entrenábamos todos los días, pero el ambiente era relajado. Por la noche, cuando nos veía salir, Santamaría nos decía que se lo iba a contar a Vicente Miera».

El entonces técnico del Sporting no tuvo queja del estado en que regresaron sus olímpicos. Entre los quince días de preparación en la concentración previa y los partidos de la URSS, Joaquín y David arrancaron la temporada 1980-81 como un tiro. Joaquín no se podía imaginar que se convertiría en presidente de la Familia Olímpica asturiana, impulsada por Agustín Antuña e integrada por todas las personas que tuvieron acreditación en los Juegos.