Hace algunas semanas los medios de comunicación asturianos hacían cuchufleta con el viaje -llamémoslo embajada- que dos mandatarios del Real Oviedo realizaron a la República Dominicana. No se trató de visitar Resorts de ensueño de la publicidad de Samaná y Punta Cana, los paraísos cerrados de las blancas playas de cocoteros, con la pulsera del esclavismo de lujo «todo incluido». No, el presidente de facto del club carbayón y su asesor palaciego, seguro que con tan buena intención como ignorancia, viajaron a la antigua La Española como dos Rodrigo de Triana para descubrir el fútbol en las Antillas. Para firmar un acuerdo de apoyo e intercambio con un club dominicano: potenciar aquella cantera y luego tener un retorno preferente de los mejores productos de aquellas tierrasÉ vírgenes en materia balompédica. El hecho no dejó de sorprender, considerando que los dominicanos no tienen sus preferencias puestas en este deporte del pelotón. Allí profesan la religión del béisbol y del merengue, a partes iguales, y luego tiran algo por el boxeo y el baloncesto, con algunos atletas destacados en los rings americanos y en la NBA, pero no demasiados, que una pequeña isla que se parte en dos con Haití no da para mucho más.

El pretexto de esta embajada da pie, en todo caso, para hacer referencia al fútbol sudamericano, que nunca se ha tratado en esta esquina periodística, y que merece al menos «una nota», como dicen los periodistas argentinos. Ya se sabe que el fútbol es una práctica deportiva que inventaron los ingleses -de ahí lo de la disciplina y la normativa-, pero que otros cultivan con mucho mayor acierto y mejores resultados. Y entre esos copistas, como todo el mundo sabe, están, en primera línea, brasileños y argentinos. Los primeros lo asimilaron a la samba y al malabarismo, y los gauchos lo practicaron desde el principio con una impronta racial y un desarrollo canchero que los hace inevitables y respetados contrincantes en todos los campeonatos. Unos y otros, además, vecinos de geografía (mucho más benévola la de los sureños), aunque de sensibilidades y de interpretación muy dispar, han dado al balompié algunos de los mejores artistas del espectáculo (Di Stéfano, Pelé y Maradona, entre los más lejanos; Ronaldo, Ronaldinho o Messi, entre los más próximos), y a unos y otros el viejo mundo les ha arrebatado siempre esas joyas propias para exponerlas en el escaparate de las competiciones europeas. O en la 5.ª Avenida, en el de Tiffany's, en el caso de Pelé. Esa tendencia, sin embargo, exagerada en los últimos años, ha llevado a los clubes de este continente a esquilmar prácticamente aquellos caladeros. Cuentan quienes siguen el día a día de esos campeonatos y quienes viajan con frecuencia a esas tierras de fuego que el talento ha desaparecido prácticamente de sus ligas. Que los intermediarios y los buscadores de perlas y diamantes han desertizado aquellas canchas y que es una lástima ver ahora esas competiciones todavía parejas y competitivas, pero muy por abajo, sin el virtuosismo y la excelencia de las estrellas que han cruzado el charco atlántico. Los sambistas y los porteños prometedores, además, no llegan ya a las primeras plantillas de los grandes clubes de esos países, puesto que son captados como juveniles o infantiles por ojeadores que entran en las maternidades y en los paritorios. La diáspora se ha acentuado también con la crisis económica de los dos gigantes sudamericanos, con las situaciones de marginalidad -violencia y droga- de los barrios de las grandes urbes donde crecen los carasucia (favelas y villamiseria), y con la violencia de las torcidas y las barrasbravas que han alejado de los estadios a un buen número de espectadores y, sobre todo, de familias.

Hoy, los otrora poderosos clubes brasileños y argentinos viven casi de la memoria. Con los grandes traspasos, cuyo dinero queda en manos de intermediarios y empresas interpuestas, tampoco han mejorado sus antiguas instalaciones o invertido en escuelas y canteras. Juegan con quienes no pudieron hacer el camino de la emigración, con los que fracasaron en la aventura o con los que vuelven ya jubilados de las grandes ligas europeas. Ahora las mejores figuras del fútbol argentino son Riquelme, Martín Palermo y Juan Sebastián Verón (La Bruja), y en Brasil la última estrella ha sido, hasta estos días precisamente, el abuelo RomarioÉ Los aficionados miran más a su legión extranjera, a las ligas lejanas y a la Champions que a sus propias competiciones, aunque, sobre todo, siguen a la selección. Esa sí continúa siendo su referencia y su estandarte. Pero, como queda dicho, la salud de los clubes es precaria. Los dos últimos campeonatos argentinos han sido para el Lanús (el Getafe porteño) y el San Lorenzo, y en Brasil el cetro de campeón y de club más popular ha pasado del Flamengo de Río al São Paulo de San Pablo.

La Bruja Verón, que confiesa cobrar en el Estudiantes el 10% de su última ficha en el Inter, y que ejerce de líder gremialista, está por la regeneración de las ligas nacionales.

Pero los futbolistas de acá debemos aportar soluciones y no problemas.