El país de los listos. Tienen fama los españoles de ser más pícaros que nadie. Dentro y fuera de las fronteras de la piel de toro el macho ibérico se distingue por buscarle a las cosas una vuelta más de tuerca que el resto de los mortales. En todos los ámbitos. Y también en la Fórmula 1. Por ejemplo, los aficionados españoles son los más hábiles a la hora de pasar objetos prohibidos a todos los circuitos del planeta. Nada ilegal. Sólo pequeñas cosillas. Tales como banderas con palos rígidos que podrían convertirse en objetos arrojadizos, pero que, a la hora de la verdad, son lustrosos mástiles para elevar la bandera más arriba que ninguna otra. O cajas con bebidas y comidas de todo tipo para hacer más llevadera la estancia en los circuitos desde tempranas horas. Esto que los españoles vemos con absoluta naturalidad, sería impensable para gentes de otros países, de otras culturas. Fernando Alonso, además de español, es asturiano, gen multiplicador de las virtudes patrias. Ya se ha comentado en este mismo espacio en varias ocasiones que el piloto ovetense es listo. Muy listo. Tiene una computadora en la cabeza capaz de filtrar y procesar en un parpadeo informaciones que cualquier otro mortal tardaría días o semanas. Por eso hizo en Montmeló lo que hizo. Que ¿qué hizo? Dar un golpe de efecto. Pero vayamos por partes.

Tiburón Alonso. La semana anterior al Gran Premio todos los equipos tuvieron unos días de entrenamiento en el trazado catalán. Fernando Alonso había probado las mejoras aerodinámicas, con la «aleta de tiburón» como aspecto más llamativo del R28. Todos trataron de engañar a todos. Que si el R28 había dado un salto cualitativo y cuantitativo. Que si había recortado distancias. Que si BMW superaba a McLaren. Que si Ferrari había perdido potencial. Habladurías. A la hora de la verdad todos saben lo que hay. Fernando Alonso era consciente de que su R28 había avanzado algo -faltaría más, con lo retrasado que estaba, como para no avanzar al menos un pasito-, pero la mejora era insuficiente como para soñar con otra cosa que no fuera entrar en los puntos como sexto, séptimo u octavo, en circunstancias normales de carrera. Los medios de comunicación, alimentados por una escudería -Renault- en horas bajas, se encargaron de hacer correr la voz de que la «aleta de tiburón» era la solución a todos los males. Una especie de aleta mágica capaz de devolver al bicampeón su corona. El hijo del viento, más listo que nadie, trató de parar ese caudal de optimismo porque sabía que podía volverse en su contra. No era real. Pero se vio desbordado. Alonso sabía lo que se cocía dentro. Y lo que se estaba preparando fuera. El viernes del Gran Premio hizo unos entrenamientos discretos. Su coche tenía problemas. Mandó cambiarlo todo. Bueno, casi todo. Menos motor y caja de cambios para no ser sancionado por los comisarios. Y se fue a dormir. Su computadora empezó a idear una estrategia. Una estrategia de listos. De pillos. Y le salió perfecta.

Toma, toma y toma. Fue lo primero que gritó Alonso en Brasil-2005 cuando salió del coche y se proclamó por vez primera campeón del mundo. El «toma» dio la vuelta al mundo. El sábado, más de uno, más de un ciento, y más de un millar, chillaron lo mismo cuando el rey del viento acabó la crono segundo, sólo superado por ¡91 milésimas! por el Ferrari del vigente campeón mundial. La estrategia de pillos dio sus frutos. Fernando Alonso sabía que el R28, con o sin «aleta de tiburón», es una tortuga en cuanto se carga de gasolina. En una temporada que apunta hacia el sufrimiento en casi todos los circuitos, la única posibilidad de dar una alegría parcial a la mareona azul era lastrar el monoplaza con la menor cantidad posible de combustible. Así lo planteó en el equipo y así se hizo. El segundo puesto -y casi la pole- hay que tomárselo como una victoria. Es el único tipo de alegrías que, por el momento, puede ofrecernos el ovetense. Bueno. Hay alguna más. Ver a los dos pilotos de su ex equipo por detrás es otra gozada. McLaren quedó en tercera fila de la parrilla. El padre de la Criatura ya no «chupa» tanta cámara esta temporada. Es una pena, porque verle la cara después de una crono como la del sábado debería ser de obligado cumplimiento como parte del ritual de celebración de los alonsistas.

Sabio consejo. Alonso, listo. Estrategia perfecta. Segundo en la parrilla... Pero la carrera es otra cosa. Lo dice siempre Fernando. Las carreras son muy largas. Puede pasar de todo. En efecto, así es. Lo aprendió desde bien joven. Cuando el piloto ovetense corría en karts, en una de esas carreras en la que casi todo le salió mal al principio, remontó y remontó hasta acabar segundo en la meta. El Nano, como le llamaban de aquella, estaba pletórico por subir al segundo cajón del podio. Un responsable del equipo le devolvió a la cruda realidad: «El segundo es el primero de los tontos», le dijo. Y Fernando Alonso lo tomó como el mejor consejo que, aún hoy en día, jamás nadie le ha dado. Por eso siempre lucha por ganar. No se conforma con ser segundo si puede ser primero. Ni se conforma con una sexta plaza si puede ser quinto. Él es listo. No quiere vivir en el país de los tontos. Ayer, antes de afrontar el Gran Premio, lo dijo muy clarito. En la mejor de las simulaciones por ordenador, podría ser sexto en carrera pese a salir segundo. Nunca lo sabremos por la rotura del motor de su coche. Lo cierto es que a media carrera rodaba quinto, así que muy descaminado no iba. Ahí queda la sinceridad del primero de los listos. Caso aparte es el reino de los tontos. Massa fue el primero de ellos al acabar detrás de su compañero Raikkonen. La Criatura, para echarle de comer aparte. La Criatura ya es el segundo de los tontos, o lo que es lo mismo, únicamente cubre el expediente siendo tercero. Sin Alonso al lado se ha convertido en un piloto del montón. Ya ni siquiera tiene la disculpa de que España es un país racista. No, Criatura, no. España no es un país racista. España es un país de listos. A ver si te enteras.

Alguna vez tenía que ser la primera. Fernando Alonso abandonó en Montmeló por primera vez desde que corre en Fórmula 1. Es más, los últimos años siempre se había subido al podio. Alguna vez le tenía que pasar. Mejor esta temporada de transición que no en otra en la que luche por el título y necesite más los puntos. El curso, por cierto, va camino de convertirse en un tostón en cuanto a emoción y alternativas por los puestos de cabeza. La Fórmula 1 ha llegado a Europa, que es cuando todos muestran lo que tienen. La cosa ha quedado clara desde ayer. Ferrari, sin demasiados alardes, está por delante del resto. Que nadie se lleve a engaño. Sin los dos «safety car» que reagruparon la carrera, Raikkonen -y en menor medida Massa, pero también- se hubieran escapado de los BMW y los McLaren a distancias considerables. Las flechas de plata siguen echando de menos a Fernando Alonso, y lo acusarán cada vez más a medida que transcurran las semanas, a medida que avance la temporada. Dennis apostó por un niño mimado y un padre endiosado y así le va. El pobre Kovalainen -escalofriante accidente el suyo con final feliz- mientras no dé guerra estará tranquilo en la escudería anglo-germana.