Los aficionados -soporte real de los clubes, con sus sentimientos y economía de porcentajes dispares- siempre tuvieron dos foros para manifestarse: el estadio y la asamblea anual -si se deja la calle para la excepcionalidad-. En el primero, cada quince días, emitía -y emite- su veredicto sobre el análisis puntual de la situación que se viva entre la algarabía o el desanimo pasajero. Y en el segundo, una vez -o dos- cada temporada, tenía la posibilidad de manifestar su preocupación social, económica o deportiva dejando jirones de su corazón. Pero las SAD -sociedades anónima deportivas- amordazaron muchas rebeliones justas atándolas a la necesidad y manejo del tanto por ciento. Al final, los auditorios huyen perdiendo las ganas de batirse con el color del dinero, ya que -dándole el valor que en justicia tiene el invertir en este negocio para dar vida, en algunos casos, a distintas entidades- el euro acalla las interpelaciones con porcentajes; cuando antes, desde la mesa, se utilizaban argumentos que muchas veces se debatían hasta el amanecer. Porque, aunque lo que parece importar de verdad es lo que acontezca sobre el terreno de juego, también conviene debatir, en ese otro lado ahora vacío, los avatares sociales, económicos y, por supuesto, los deportivos, por el club de «sus amores» -aunque parezca una cursilería en el XXI-. Pero al fútbol del debate, desde el gol de Gómez Navarro, con el consentimiento casi general, no hay que darle más vueltas, es como Voskov: así. Los clubes -que no las SAD- son otra historia de despacho.