Gijón, Eloy MÉNDEZ

«Con un estadio así tienen que salir a comérselos». Nada más llegar a su asiento, Cristian Imbérgamo lo tenía claro: la afición iba a ser el jugador número doce. El joven socio sportinguista no había visto nunca a veinte mil gargantas gritar desde los graderíos de El Molinón. Hace siete años que se sacó el carnet y ahora disfruta como pocos de un equipo que ayer metió la quinta rumbo a Primera. Junto a él, su amigo Jaime Álvarez hacía cuentas: «Hay que ganar cuatro partidos», decía. Ya sólo quedan tres.

El sportinguismo vivió ayer uno de esos encuentros que unen a equipo y afición de una manera especial. No tanto por ganar, sino por cómo se ganó. Los prolegómenos del partido fueron de fiesta por todo lo alto. «Aquí alguno está celebrando las cosas antes de tiempo», se lamentaba Sergio Gómez, un veterano socio. Aunque él era el primero en añadir «que este año subimos seguro». Mismo mensaje rezaba una enorme pancarta desplegada en el fondo sur justo antes de que Mateu Lahoz diera el pitido inicial. «Caminando hacia un amanecer en...» El final se presuponía.

La foto oficial se convirtió en una especie de guardería improvisada, con el doble de niños que de futbolistas. Después, llegó el homenaje del once gijonés a Juanele, que se recupera de una ingesta masiva de fármacos en el hospital. «Suerte, Pichón», se leía en unas camisetas blancas con las que saltaron al campo. Y echó a rodar el balón en medio del batir de miles de globos rojos y blancos que se repartieron por idea de Máximo Vázquez, candidato a presidir la Federación de Peñas.

Los minutos pasaban y el Sporting era incapaz de ver puerta. La fiesta se apaciguaba entre las protestas al árbitro y la impotencia de los locales. Y llegó la expulsión de Míchel para aguarla por completo. La roja del lenense congeló la euforia de los aficionados. Aunque para jarro de agua fría, el gol del Granada 74 al poco de comenzar la segunda parte.

Sin embargo, los ánimos no se vinieron abajo y el «hoy ganamos con diez» empezó a correr de boca en boca. El marcador mandaba malas noticias desde San Sebastián, pero el sportinguismo no perdía la esperanza. Así, Kike Mateo aprovechó un rechace para empatar y El Molinón amenazó con venirse abajo. De ahí al gol de Bilic poco más que añadir, salvo algún susto visitante que dejó el corazón en un puño a más de uno. Después, vino la machada del croata, que dedicó el gol a la virgen de su pueblo. Entonces sí, El Molinón reventó de gozo y se escuchó un clamor unánime: «...¡Que vamos a ascender!».