Gijón, Álvaro FAES

«Buenas tardes, soy José Manuel Fernández, gerente del Sporting. Quería agradecerles que no nos hayan cobrado el primer mes de Juanele en la academia». El club había escogido un prestigioso centro para llevar a su diamante en bruto por el buen camino. Al otro lado del teléfono, el interlocutor se sonrojó. «Verá, es que apenas ha venido por aquí». La anécdota es de un Juanele casi menor de edad, pero dibuja con certeza su personalidad. Al chaval le había parecido perfecto aquella especie de colegio que le habían preparado. El de verdad, lo había pisado más bien poco y en el Sporting les pareció una buena idea para llenar las horas libres de su estrella en ciernes. En realidad, al chaval le daba igual, pero había descubierto que, además del fútbol, tenía otro don. Con una sonrisa, una mirada, y un par de asentimientos oportunos era capaz de ablandar al más pintado. Detestaba contrariar a la gente y por eso prefería decir lo que los demás esperaban escuchar y, después, actuar por su cuenta. «Es un tipo de los que se hace querer», dice cualquiera que le haya tratado mínimamente. Por eso no le han faltado muestras de apoyo en los últimos días, quizá los más complicados de su vida. Pasó diez ingresado en la uci de Cabueñes, tras una ingesta masiva de pastillas, las mismas que toma como tratamiento del cuadro depresivo que sufre desde hace años.

Con el alta en la mano, su familia le dirigió a un centro privado. Guardan el nombre con el máximo celo para convertir la vida de Juan, como le llaman sus amigos, en un remanso de paz. Junto a él, su mayor apoyo, Verónica, casi dieciocho años junto a él. Aún así, la vida del jugador ha sido una montaña rusa. Altibajos emocionales que acabaron por afectar a su salud. Idas y venidas, espantadas, retiradas fantasma? Desde el principio asombró en Mareo. Por su fútbol, tanto como por su rebeldía, pero también por su bondad. Juanele no tardó en hacerse el amo de la residencia de Mareo, cuando jugaba en las categorías inferiores. En una ocasión, cuenta un asiduo de la Escuela, no apareció a dormir. Llegó tarde a un partido que el filial ya perdía por 0-3. Acebal, que había llegado con él desde el Veriña, se ablandó y le dio todo el segundo tiempo. Suficiente para ayudar a la remontada.

El fútbol fue el asidero de Juanele a la vida. Escapó a muchas de las tentaciones que había en la barriada de Roces, en parte gracias al fútbol. Con un entorno familiar complicado, fue la abuela quien se encargó de la crianza del pequeño Juan. Tan delgado era, que cuando llegó a Mareo pronto le apodaron el «Pichón» y le prepararon una dieta específica. En realidad ya había estado antes por allí, con diez años, pero tuvo que ser a la segunda, desde el Veriña, cuando entrase definitivamente en el Sporting. Su carrera, como casi todo en su vida, iba muy rápido. Con su especial don para el regate conquistó a El Molinón en un santiamén. No tardó en llegar el reconocimiento nacional al mismo ritmo que el mito crecía en Gijón. Un gol suyo en el Carlos Tartiere acabó con dieciséis años sin ganar en el campo del eterno rival. Debutó con Ciriaco en un partido de Copa ante el Logroñés y quedó asociado a la quinta de Abelardo y Luis Enrique, aunque llegó un par de temporadas después. Lo de dormirse lo repitió con Bert Jacobs en la citación para un viaje a Cádiz. Se unió al grupo en Madrid y, como en el filial, en un cuarto de hora dio la vuelta al partido. Con García Remón chocó de verdad. Pero también a él le mostró su carácter. La escuela dura del «Gato de Odesa» no tenía nada que ver con el Pichón de Roces.

Con Clemente no tuvo tanta suerte. Tras cinco internacionalidades se ganó acudir al Mundial de Estados Unidos. No jugó ni un minuto. El técnico de Barakaldo sometía a la selección a intensas sesiones físicas. «Míster, que soy futbolista, no atleta», le espetó Juanele, harto de tanto castigo. Como tenía que ser, el Sporting hizo caja con Juanele. El Tenerife más brillante de su historia pagó casi 300 millones de pesetas en 1994, además de su delantero Pier. El Zaragoza fue a por él y todavía lo tuvo en la plantilla que ganó dos Copas. Allí empezó su calvario. En 2002 lo apartaron del equipo. Obligado a entrenarse en solitario, las depresiones empezaron a visitarle. Su amigo Lillo le quiso recuperar desde el Terrassa, pero no cuajó. Fue su primera retirada, antes de intentarlo de nuevo en Asturias. Sus intentos de regreso fueron tantos como inconstantes. Avilés, Camocha, TSK Roces. Constantes idas y venidas, largas desapariciones, hasta que lo encontraron semiinconscientes tras tomar más pastillas de litio de la cuenta. Ahora, el Pichón inicia otro vuelo, el de la segunda oportunidad que le da la vida.