El «Marca» o la «Marca» -tanto da, vale igual-, género epiceno tal vez, acaba de cumplir 70 años, y entre los fastos y celebraciones de esa efeméride, su actual propietario, Unidad Editorial, para lo que quiere casa siempre rumbosa y «à la page», ha honrado la trayectoria de la veterana e ilustre cabecera con la edición de un libro que ha firmado el amigo periodista y destacado escritor Carlos Toro. La historia del «Marca» (1938-2008), editada por la Esfera de los Libros, ha visto la luz de las librerías hace ya algunas semanas, y, aunque uno no ha tenido aún la oportunidad de leer esa crónica de las crónicas deportivas, se ha sentido estremecido y gozoso con la celebración, que le retrotrae a sus años jóvenes y a la memoria colectiva de un tiempo que se nos escurrió entre las manos y que vamos dejando atrás. No creo en la historia segregada o compartimentada. La vida y sus avatares discurren despiadados e inexorables y nos lo traen todo revuelto y entretejido. Es decir, los gozos y los llantos, las miserias y las grandezas, los acontecimientos y las anécdotas, y, al final, tampoco estoy muy convencido de qué hechos sean los de mayor importancia o trascendencia, o los que al personal hayan marcado más a lo largo de su vida: si las Cortes orgánicas de la dictadura o las victorias europeas del Real Madrid, por poner un ejemplo.

La «Marca» o el «Marca» prosperó en los años duros y espumosos de franquismo, recién acabada la guerra civil, entre la llamada prensa oficial, de la mano del aparato propagandístico del régimen, del Movimiento, que todo lo marcaba y teñía. Años aquéllos que a uno le caen muy lejanos, pero que tampoco habrá que olvidar. Surgió como portavoz y estandarte único de los deportes, antes, mucho antes de que la tímida libertad de prensa o de empresa periodística hiciera su primera aparición. Al comienzo de los setenta del siglo pasado, cuando la publicación deportiva se había hecho veterana, arribé yo, de meritorio, a la calle Onésimo Redondo (antes y luego Cuesta de San Vicente), a la concesión editorial que los sucesores de Rivadeneira -hermanos Montiel- habían conseguido para la mancheta del «AS». Y de ahí, de esa circunstancia, de esos inicios profesionales, de la larga rivalidad duopolista de las publicaciones deportivas («Marca»-«As») y de las referencias que los periodistas que habían cambiado de bando traían a la nueva trinchera, vienen mis recuerdos prestados y vividos, mis conocimientos menores de la historia grande que ahora ha glosado Carlos Toro.

Se me ocurre así, a vuelapluma, que «Marca» es el postrer testigo, el último resistente y actual testimonio de algunas antiguas publicaciones que gozaron del favor del público, que nos ponían como ejemplo en la Complutense y que las modas, los cambios y la televisión se fueron llevando por delante. Recuerdo «El Caso» (su fundador comparte páginas en este periódico y solaza su retiro en Salinas) con el morbo de los crímenes y sucesos; «Dígame», reflejo del mundo de los toros, y el viejo «Arriba», al que afortunadamente se le fueron cayendo el yugo y las flechas. De aquella vetusta panoplia sociológica hoy quedan tan sólo el «Marca» y el «As» -todo el deporte, todos los deportes- y su continuado y feliz pugilato.

Lo primero que aprendí en la Cuesta de San Vicente, frente a los jardines de Sabatini y del Palacio Real, fue la cordial disputa y el permanente trato que teníamos los colegas de ambas publicaciones. Conocimos los campos de fútbol del mundo juntos y nos veíamos (casi todos los días) en los mismos escenarios. Y no había, por tanto, sucedido, historia, episodio -o maldad- de uno y otro medio que se nos escapara. Había patroneado el «Marca» durante muchos años Nemesio Fernández Cuesta, hermano del prominente falangista Raimundo, del que tenían aprecio y buen recuerdo los colegas que habían militado en su equipo y se habían pasado luego a los de Montiel. De Nemesio decían que era tratable y accesible, sobre todo cuando en las noches de insomnio y galeradas, sin luz por los frecuentes cortes, pero iluminado por la priva, se disponía a redactar a mano las crónicas de turf y sus subordinados le quitaban o corrían el papel y él seguía escribiendo como un bendito en la tabla rasa de la mesa. Formaba tándem con el subdirector Antonio Valencia, prosista de prestigio, que firmaba las crónicas del Real Madrid. Valencia llamaba a cada jugador por su nombre, excepto cuando había de referirse a Alfredo Di Stéfano, al que siempre nombró como «delantero centro» debido a un desencuentro entre ambos y del que no había sido responsable el argentino, sino Paco Gento. Otros históricos de aquellos años fueron Pedro Sardina, maestro confeccionador; Cronos, seudónimo que escondía a un buen escritor como Carlos Méndez; Escamilla, riguroso en el tratamiento del atletismo, sus récords y rankings; Carlos Piernavieja, ex internacional en siete deportes y triunfador, se decía, de la noche. Militaba también en aquellas páginas Virgilio Hernández Rivadulla, experto en el incipiente mundo del automóvil, aureolado, además, por el prestigio de haber dado la vuelta a España con una de las Vespas del marqués de Villaverde. También los hermanos de leche etílica Manuel Alcántara y Fernando Vadillo, éste fino estilista vitoriano y ex divisionario azul, que se encargaban, en paralelo, de las secciones de boxeo de uno y otro diarios. Chuchi Fragoso del Toro, campeón con su señora esposa de todos los Guinness de natalidad de la dictadura..., Belarmo, gallego como Sarmiento Birba y cascarrabias como él. Y también los dos bondadosos, merengues, solterones y aficionados al escocés con hielo y a las retrecheras «starletes» de los tugurios y cabarés de Leganitos, en las altas madrugadas en las que no se rompía la bobina de la rotativa. Del tiempo más próximo, los actos de celebración de la veterana publicación han homenajeado a los penúltimos capitanes de la nave, Luis Infante, Manolo Saucedo, Alejandro Sopeña, y muchos antiguos y nuevos colaboradores con los que «Marca» y sus nuevos hermanos de la radio, la televisión y las páginas digitales se han ido aforrando en las últimas temporadas.

El actual baranda de la septuagenaria publicación, Eduardo Inda, ha aventurado en alguna de las celebraciones del aniversario que el hoy líder de la prensa deportiva «será con el tiempo -lo es ya, añado- un incunable».