Estambul (Turquía),

Álvaro FAES,

enviado especial de

LA NUEVA ESPAÑA

Con el camión a medio desmontar, Fernando Alonso concede la última entrevista del fin de semana. Atiende a una televisión entre cajas apiladas, cables y destornilladores. El campamento de Renault ahora parece una chatarrería, con operarios sin parar de un lado a otro, ansiosos por poner punto y final a otra carrera. Aunque no refleja alegría, el piloto se va con la satisfacción del deber cumplido. El sexto puesto es más de lo que el R28 puede conseguir por sí mismo y en Istanbul Park dejan puestas las bases de una mejoría anunciada a gritos hace dos semanas en Montmeló. «Hemos dado un pasito y estamos justo detrás de los grandes. Ahora falta por dar el más importante». Lo anuncia tras reunirse con los ingenieros, análisis de carrera, para una vez que lo permite el plan de viaje. No tarda demasiado en poner tierra de por medio. Espera un largo vuelo hasta Ginebra.

Antes debía lidiar con el último problema, si es que no contaba con el apoyo de la policía para atravesar el infernal tráfico camino de Estambul. Este fin se semana no era extraña la escena: dos potentes motocicletas de policía abren paso a un cortejo de coches. En uno de ellos, un piloto evita el monumental atasco que se forma a la entrada de Estambul. La población ignora la carrera pero no los desplazamientos en la megaurbe. Dos grandes puentes abastecen la necesidad de moverse de un lado a otro del Bósforo, de Europa a Asia, de doce millones de habitantes. Las descomunales pasarelas de Sultán Mehmet y Bogazici son un embotellamiento continuo. Con un poco de mala suerte, el proceso de cumplir con un puñado de kilómetros hacia uno de los enormes barrios del centro se puede ir hasta las dos horas. Por eso, la policía colabora y ayuda a los pilotos a superar el trance con relativa facilidad.

No siempre es así. Y menos cuando el Galatasaray, el equipo de referencia en la capital, gana la Liga en pugna con el Fenerbahçe, el eterno rival. Pasó el sábado por la noche y parte de la familia de la Fórmula 1 quedó atrapada en el festejo. Alonso fue uno de ellos, casi dos horas para llegar al hotel Conrad, el día que a su coche no le acompañó la autoridad.

Se da por bueno si hay algo que celebrar, como la mejora del monoplaza. El siguiente paso adelante no tiene fecha. Alonso está en manos de los empleados de Enstone. «La gente trabaja día y noche intentando encontrar nuevas ideas e igual se enciende la bombilla mañana, o dentro de tres meses. Depende de la creatividad de los diseñadores y de cómo resulten las pruebas, pero todos están más ilusionados que hace un mes, cuando parecía que esto no tenía solución. Con tres o cuatro décimas estaremos con los buenos y todo el mundo quiere conseguirlas».

Estambul enloqueció con el título liguero. La ciudad se venía abajo. Las autopistas hacia el Ali Sami Yen, la bombonera del Galatasaray, eran una riada rojigualda. La policía hacía la vista gorda y el Código de Circulación, ya de por sí con poco peso en la capital turca, quedó en papel mojado por unas horas. Se encendían bengalas en las autopistas y, ya en el centro, las aceras también servían para los coches y el sentido de circulación en las calles quedaba al libre albedrío.

Un caos dentro de una ciudad ya de por sí enloquecida. Nada que ver con Mónaco, próxima estación de la Fórmula 1. «Siempre creemos que puede haber sorpresas, pero al final ganan los que vienen bien en las carreras anteriores», vaticina Alonso. De poco servirían llevar allí mejoras, cuando lo importante «es encontrar unos buenos reglajes». Lo dice cuando vive un Mundial alternativo «sin la tensión de pelear por el campeonato» y después de encontrar sorpresas positivas en su coche. «En la carrera no perdíamos tracción, como nos venía pasando. Pudo ser gracias a que no hizo demasiado calor y no castigamos los neumáticos». Tras una buena salida, «pese a que me patinaron los neumáticos», celebró haber podido correr en solitario. «Nadie delante ni detrás, ni siquiera doblados».