La jugada no tuvo reflejo en el marcador, pero fue como un punto de inflexión. A partir de ese momento, el Salamanca fue a menos y el Sporting, a falta de argumentos futbolísticos, impuso el ritmo que más le convenía. Con unas gradas que echaban humo, los jugadores rojiblancos empezaron a marcar el territorio. Todos apretaron más las clavijas a los rivales, que hasta el descanso no volvieron a asomarse por el área de Roberto. El partido se convirtió en un asunto pasional, sin que el fútbol de verdad asomase por ningún lado.

Esta inercia se mantuvo en el segundo tiempo, una disputa entre un Sporting con mucha voluntad y poco juego, y un Salamanca que empezó a ver el lado positivo del empate. Los pivotes salmantinos dieron un paso atrás y Quique Martín ya no tenía la frescura necesaria para plasmar su calidad. Es decir, el Salamanca hizo mutis por el foro. El Sporting se encontró más cómodo, con esa sensación tan familiar últimamente de que el gol acabaría llegado de una forma u otra.

El problema es que Míchel seguía predicando en el desierto. Jugaba y hacía jugar, hasta que el balón llegaba a las proximidades del área salmantina. Ahí faltó la chispa de Kike Mateo, la genialidad de Diego Castro o el oportunismo de Bilic. Tampoco Barral esta vez fue la solución. Lo pareció en algún momento, gracias a esa exuberancia física que le permite llegar a balones imposibles. Pero hacía falta algo más para derribar la oposición del Salamanca.

El Sporting hubiese necesitado más pases como el de Míchel a Canella, cuando un sutil toque con la exterior de la bota dejó al lateral mano a mano con el portero. Canella intentó lo que cualquier reputado goleador, picar el balón por encima del gigantón Alberto, pero le faltó agrandar la parábola. Faltaba mucho, pero el Sporting no volvió a tener otra ocasión tan clara. El juego de ataque local fue muy previsible, fácil de contrarrestar incluso para una defensa normalita como la del Salamanca.

Los cambios, esta vez, tampoco ayudaron a mejorar las cosas. Cuando empezaba a entrar en juego en su hábitat, en el área, Bilic tuvo que marcharse a la caseta. Su sustituto, Luis Morán, no logró convertirse en un revulsivo. Y Jorge Pina no tuvo tiempo ni opciones para ajustar cuentas con su anterior equipo. La gente fue decayendo, hasta que una falta y un córner en el descuento trajo a la memoria gloriosos desenlaces recientes. Pero el Salamanca no es el Granada 74 y el Sporting tampoco tuvo ayer ese arrebato épico que hizo estallar El Molinón. Sólo hubo amagos, cortados por el juez de línea y el marcador simultáneo.

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