Arturo Fernández es Indiana Jones. Harrison Ford es un «galán maduro». Sean Connery es una cantante «hipermegaultrarequetefashion». Alaska es James Bond. ¿Me he vuelto loco? ¿De qué va esta chifladura de mezclar personas y sus personajes? Piénsenlo; ¿qué sería de la galaxia conocida si el actor asturiano abandonase su papel característico? ¿Qué les parecería si el señor Connery cantase letras tan profundas como «Palabrería y obsesión / produce muy mala impresión. / Te comento que insultar / no es ninguna novedad?». ¿De verdad ven a Alaska salvando el mundo de las manos de Max Zorin? ¿Cuánto gasta Pedro Muñoz en SMS? Perdonen la última pregunta, pero alguien tenía que decirlo.

Me dirijo con esta milonga a tratar de razonar que hay personas que se han enfrascado de tal forma en su personaje que ya son indivisibles el uno del otro. No soy capaz de imaginarme a Arturo Fernández de chándal ni consigo visualizar a Sean Connery yéndose a la cama con una moza fea. Y lo mismo pasa en el fútbol. Esta semana hemos estado escuchando a los «gremlins» azulgrana re-quemarse con la cantinela de que un club como el suyo no puede acabar la Liga en tercera posición. Eso que estos humanos repiten una y otra vez suena igualito que si John Wayne declarase que sus papeles más adecuados son de «primo gay» del protagonista. No, John Wayne, lo tuyo es el «western». No, barcelonistas, lo vuestro es quedar terceros. Para vosotros lo raro se produce en las pocas ocasiones que ganáis la Liga. Todo lo demás son turbulencias de la realidad; vamos, como cuando Harrison Ford interpretó al malo en «Lo que la verdad esconde» o cuando Alaska escribe algo parecido a una canción.

Por eso también cabrea la lista del señor mayor que hace las veces de seleccionador. Despojar a Raúl (un jugador que ha marcado casi 20 goles en el Campeonato) de su persona / personaje como «capitán de la selección española» deja un regusto que mezcla injusticia con miseria humana. Pero no suframos con el Imserso: por esta temporada, el mártir Juan J. Alonso y yo cerramos aquí y nos vamos a abrir el chiringuito playero. En el final del aséptico y aburrido Campeonato 2007-08 sólo se recordará una cosa: a los jugadores blaugranas haciendo el pasillo al intérprete habitual de «campeón de Liga», el Real Madrid.

Decía Gustave Coubert que el pintor perfecto debe estar en condiciones de rascar su mejor cuadro y volver a pintarlo diez veces una tras otra para demostrar que no depende ni de los nervios ni de la casualidad. Si esto es así, habrá que concluir que el gran Barça de Rijkaard fue producto de los nervios de un Laporta necesitado de títulos, o de la casualidad de un Ronaldinho que dejó de ser el sustituto de Beckham en el álbum del presidente para convertirse en el mejor jugador del mundo. Este Barça resultado de los nervios o de la casualidad que ahora termina no fue capaz de rascar su mejor juego y ganar la Liga diez veces seguidas. No estamos ante un mal pintor, pero tampoco ante el pintor perfecto.

En los próximos meses veremos cómo Guardiola rasca una plantilla para poder pintar otro cuadro. Los culés y todos los futboleros de buena voluntad sabemos que Guardiola fue el «4» perfecto, pero es difícil que pueda librarse de los nervios a la hora de pintar el nuevo Barça, así que habrá que confiar en la casualidad. ¿Eto'o debe irse? ¿Hay que dar otra oportunidad a Henry? ¿Debemos fichar a Essien cueste lo que cueste, como defiende mi amigo Pablo? ¿Hace falta un crack que libere a Messi del agobio mediático? ¿Tiene sitio Adebayor? Responder a estas preguntas con acierto tiene que ver más con la casualidad que con la sabiduría. Si el fútbol fuera una cuestión científica, en las facultades de Física habría cátedras de estrategia futbolística, y Cruyff escribiría su sermón de la montaña semanal en «Nature» o «Science», no en «La Vanguardia». Es más, en fútbol, el pintor perfecto es la casualidad exacta.

No aspiramos a ganar la Liga diez años seguidos. Sólo queremos ser campeones de algo la temporada que viene. Si no es así, volveremos a rascar y pintaremos un cuadro nuevo con más nervios y más confianza en la casualidad. ¿Quién quiere tener colgado en casa un cuadro del artista perfecto? ¿Quién quiere ganar dos Ligas seguidas rascando siempre el mismo cuadro y aburriendo a las piedras? Menos mal que somos del Barça. Como dice Judy Garland en «Cita en San Luis»: «¿No es una suerte haber nacido en mi ciudad favorita?». Eso sí que es casualidad.