Oviedo, Álvaro FAES

La carrera de Mónaco estaba señalada en el calendario de Fernando Alonso. No valdrían los paños calientes y en sus planes no cabía la opción de moverse por los puestos intermedios, la mayor alegría que permite el R28. La teoría del riesgo iba tomando cuerpo según se acercaba el fin de semana, al tiempo que las previsiones de lluvia adquirían categoría de certeza. Era el momento perfecto para jugársela, para optar a un gran día, para encumbrarse en el olimpo de los pilotos, aun con una máquina imperfecta, lastre para sus aspiraciones de vencedor. El ganador de los dos últimos años en las calles de Montecarlo no podía pasar desapercibido por el Gran Premio más esperado, el que sólo deja triunfar a los grandes conductores.

La carrera de Fernando Alonso se ha forjado a base de victorias. Espíritu de sacrificio, carácter ganador, perseverante hasta la extenuación. Ganar, ganar y ganar. Así está escrito en el libro de ruta del asturiano desde hace muchos años. Terminar en el primer puesto, si es necesario, por aburrimiento. Esa determinación es la que le ha llevado hasta donde está: en el club privado de los veinte mejores pilotos del mundo, siete años ya entre la élite. Y el domingo pasado se corría en el mejor de los 18 escaparates que presenta el Campeonato del Mundo. «La intención que teníamos no era quedar cuarto, quinto o sexto en una carrera aburrida». La frase delata cómo salió Alonso a la pista. A comerse el mundo, a dejar al planeta boquiabierto con su pilotaje a borde de un coche inferior.

Para llevar a cabo el plan había que arriesgar. Era necesario asumir una serie de riesgos y esperar que las circunstancias de la carrera los hiciesen válidos. «Hemos intentado dos o tres jugadas y salieron todas un poco mal». Ya en su casa de Suiza, Alonso se sinceraba en la cadena SER, sólo unas pocas horas después de haber terminado décimo una carrera para la que soñó otro guión.

De sus cuatro apuestas importantes, sólo tuvo efectos positivos la de ser el primer piloto en montar neumáticos para lluvia extrema. Eso le permitió dejar para la antología de adelantamientos imposibles la pasada que le metió a Mark Webber en Mirabeu. En ese momento era muy rápido y empezó a pensar en el baño de gloria de un podio imposible. Quiso continuar la sinfonía a costa de Heidfeld, pero perdió un órdago imposible de ganar. «Había una opción entre un millón», dijo tras la carrera. «Fue culpa mía».

Luego rezó por más agua, se cargo de gasolina hasta los topes y siguió con las ruedas «full wet». Nunca más llovió, otro órdago perdido. Se le puede atribuir un quinto intento, pero ya era irrelevante. También estrenó los compuestos para seco en el tramo final de la carrera. Aprovechó que los monoplazas ya dejaban un carril seco, pero la única recompensa era ganar algunas posiciones en las vueltas de la basura. «Cuando no luchas por cada punto puedes arriesgar un poco más. No pasa nada por haber perdido un sexto puesto que podíamos tener casi seguro». Alonso quería más, pero las difíciles condiciones de carrera no le dejaron. Eso y que sus decisiones para minimizar el lastre del R28 no tuvieron a la fortuna de aliada. Otra vez será.

El Campeonato se aprieta. El asturiano hace de testigo mudo ante un Campeonato que se comprimió en las calles de Mónaco. Cuatro pilotos -Hamilton (38), Raikkonen (35), Massa (34) y Kubica (32)- se agolpan en seis puntos. Y no todos son los señalados inicialmente. Aparece inesperado el polaco de BMW, muy regular en el primer tramo del año, y falta Heikki Kovalainen. No está siendo fácil el estreno del finlandés en McLaren. Un único punto en las tres últimas carreras y blanco de todas las desgracias que suceden en la escudería de Ron Dennis. Hamilton, el líder, contrapone a su compañero. De momento, la suerte le sonríe. Como el pasado domingo.