La situación del Sporting y de la Real Sociedad parece igualada en la tabla, pero muy distinta en el aspecto social, salvo error u omisión. Mientras en Gijón las entradas para el partido del sábado van camino de agotarse hoy mismo, en San Sebastián el club veta la presencia de las cámaras de televisión para conseguir una gran entrada en Anoeta. Es la diferencia entre la ilusión y el desencanto. Cuarenta años seguidos en Primera provocan desilusión cuando el rival es un desprendido Salamanca. Diez años de tortura en Segunda desatan la euforia cuando se ve el final del túnel. Porque 270 minutos separan a los rojiblancos de un túnel sin apenas un par de bombillas que lo alumbraran.

Mientras la espera del sábado es distinta en ambas ciudades, las cuentas son las mismas. Tres victorias, y ascenso. Pero esas cuentas sólo salen en Gijón porque en San Sebastián las tres victorias dependen de algún fallo de gijoneses o malagueños, que, por cierto, se han quedado sin los delanteros titulares para recibir al Cádiz, que ha licenciado a Procopio. Al Málaga lo miran de reojo los dos seguidores, pero también los responsables del Racing de Santander, que, al parecer, ya han elegido al sucesor de Marcelino: José Ramón Muñiz, el gijonés que dirige al Málaga. Se ve que en Santander saben de qué va la cuestión y el asunto. Pero las idas y venidas de entrenadores y jugadores son ahora mismo cuestiones colaterales.

La cuestión, damas y caballeros, es que, en efecto, las tres victorias rojiblancas aseguran el ascenso. La primera, el sábado ante los cordobeses necesitados de puntos casi tanto como el Alavés. La diferencia es que el Alavés jugaba en casa y el Córdoba ha de viajar y jugar en un campo abarrotado pese a la televisión. El pesimista de turno, que aún quedan, dirá aquello de los problemas rojiblancos en el propio campo. Sería tremendo fallar en casa ante un rival estimable pero agobiado por su situación en la tabla. El Córdoba echa cuentas: un punto fuera y una victoria en casa lo dejan en la categoría. Cada uno va a lo suyo, pero en situaciones tan distintas como las que se viven en El Molinón y en Anoeta. Uno se queda pequeño y el otro se queda grande. El grado de ilusión también decide.