Gijón, Mario D. BRAÑA

El fútbol llegó a ser durante un tiempo, de chaval, lo más importante en la vida de Maximino Martínez. Pero con 25 años tuvo el sentido común suficiente para hacer caso a la recomendación de un entrenador, José Piquero, que además era un buen amigo: «Después de una semana a prueba con el Turón, me llamó y me dijo: "Lo tuyo es trabajar en Duro Felguera y vender chorizos". Le hice caso. Desde ese momento no volví a jugar».

Antes de cortar por lo sano, el fútbol había estado presente en el día a día de Maximino desde donde la memoria le alcanza. «De pequeño no tenía otro afán que correr detrás del balón, todo el día jugando en la calle». Eran los inicios de la década de los 50 en Pola de Siero, donde Maxi había nacido el 16 de junio de 1946. Como espectador, se dejó arrastrar por su padre, un asiduo del viejo Buenavista: «Me llevaba con él desde que tenía cuatro años. El lunes ya empezaba a pensar en el siguiente partido».

Entre los 11 y los 14 años, el balón fue la válvula de escape durante su paso por un colegio de Valladolid: «Era titular en el equipo que jugaba contra otros colegios. Jugaba de extremo derecho y era feliz corriendo detrás del balón». Es a la vuelta, durante los meses que la familia Martínez se trasladó a El Berrón, cuando Maxi dio pistas sobre su verdadera vocación: «Fundé un equipo que se llamaba Los Diablos Rojos. Compré las camisetas y los pantalones con el dinero que sacaba de las papeletas de la rifas».

Pero el quinceañero Maximino Martínez no era tan diferente a los chavales de su edad y, ante todo, le gustaba jugar. Cubrió su etapa de juvenil en el Siero, de la que destaca «al mejor presidente que he conocido en mi vida: Bautista. Después de cada partido nos daba un bocadillo y, si ganábamos, nos llevaba a merendar a la cafetería El Jardín. Tomábamos refrescos y pasteles». Lo pasaba tan bien que se olvidó de los libros. «Con 15 años me puse a trabajar en Duro Felguera. Salía a las 5, y a entrenar».

Uno de los aspectos que Martínez más valora del fútbol es la oportunidad que le dio de conocer a personajes que admira, como el citado Bautista o Valentín Piquero, uno de los mejores jugadores del Siero en la década de los 60. Además de verlo a menudo en La Felguera, donde se había instalado con sus padres, Maxi disfrutaba cuando coincidían en el Luis Miranda: «Me decía que le iba a dar diez veces desde fuera del área al larguero. Y lo hacía. Tenía un guante en el pie».

Como entonces los clubes no tenían categorías intermedias, una vez que cumplió como juvenil Maxi jugó en varios equipos de Primera Regional, donde siguió acumulando experiencias. En el Condal, los baños en el río Noreña tras los entrenamientos. En la Piloñesa, la ventaja de contar con un entrenador-taxista, el ex jugador del Sporting Sánchez, que iba recogiendo desde Gijón a jugadores que no vivían en Infiesto. En el Astorga, con el que jugó la promoción de ascenso a Tercera mientras hacía la mili. Puso punto y final en el Europa, antes de aquella prueba frustrada con el Turón: «Aunque jugaba de titular, conocía mis limitaciones. Sabía que no llegaría lejos».

Lo que no se imaginaba Maxi es que antes de cumplir los 30 iba a convertirse en directivo del Langreo, del que es socio desde los 18 años. Por eso y por la tienda de deportes que abrió en 1976, Maximino se convirtió en un personaje conocido del mundillo futbolístico del Nalón, siempre dispuesto a ayudar a su equipo preferido: «Me había marchado, pero en el 80 tuve que volver, cuando el Langreo estuvo en riesgo de desaparición por una deuda de casi 35 millones».

Maxi dio un paso al frente junto a Honorino Montes para encabezar la gestora y después siguió como vicepresidente con Julio Cadenas, «el mejor presidente del Langreo de todos los tiempos». Cuando se marchó seis años después, el Langreo tenía 6 millones de pesetas en caja después de haber pagado la deuda. Más tarde volvió a demostrar su espíritu emprendedor al fundar otro club, el Lada, que llegó a estar en Tercera. Una llamada de Manuel Vega-Arango, en 1988, marcaría decisivamente el futuro futbolístico y humano de Maximino Martínez.

«Cuando salió elegido presidente de la federación asturiana entré de vocal para encargarme de la coordinación de las selecciones», explica Maxi, que encontró su sitio definitivo. Desde el 24 de octubre de 1994 preside la federación, que catorce años después ha cambiado en todos los sentidos: «Cuando llegué había dificultades para que los empleados cobrasen sus sueldos. Ahora, gracias a Villar, recibimos el 80 por ciento del presupuesto. Y así todas las territoriales».

Con tanto trabajo de despacho y de fajarse por los campos de Asturias, Maxi apenas ha podido disfrutar del fútbol. Lo está haciendo esta temporada con «su» Langreo, «sobre todo por sus directivos, que fueron unos valientes al coger el club con 130 millones de pesetas de deuda». También presumió el pasado verano de Villa y Cazorla, mientras España ganaba la Eurocopa: «Fue inolvidable». Nombra a Cruyff , junto a Pelé, como el mejor futbolista que vio en directo. Y, admitiendo su ramalazo «culé», al «Dream Team» y el Barça actual, como los mejores equipos: «Da gusto verles jugar».