J. M. MATUTE

Federer ha sacado la mayor tajada del bajón físico-psíquico de Nadal. En sólo un mes se convertía en el sexto jugador que completaba el Grand Slam y ya es quien más «grandes» acumula. Y mañana, además, será líder del ranking mundial por delante del balear, cuyo papel en la historia me parece más extraordinario según Federer agranda su leyenda. Soy de los que no discuto que el suizo sea el mejor tenista de la historia, pero igualmente es indiscutible que en las veinte finales del Slam que disputó -nadie tantas como él- sólo un jugador pudo derrotarlo: Nadal. Y no una vez, sino cinco, y en tres superficies distintas: la tierra de París, la hierba de Wimbledon y la pista acrílica de Melbourne. Federer, sí, es el más grande... salvo ante Rafa.

Hace un año Rafa Nadal cortaba tras cinco durísimos sets la prodigiosa racha de Roger Federer en Wimbledon, torneo que venía de ganar en sus cinco anteriores ediciones. Ayer, de nuevo tras otras cinco durísimas mangas, el suizo superaba al estadounidense Andy Roddick (5-7, 7-6, 7-6, 3-6 y 16-14) para ganar por sexta vez en Londres, lograr su decimoquinto título del Slam, rompiendo así a su favor el empate que hasta ahora mantenía con Sampras -testigo de honor ayer en la «Catedral»-, y recuperar el número uno del ranking mundial. Federer aparecerá hoy en la lista de la ATP con 11.220 puntos por los 10.735 de un Rafa Nadal herido en sus rodillas.

El partido empezó igualado, duro, sin concesiones. Las estadísticas decían que el de Basilea había ganado al de Nebraska en dieciocho de sus veinte enfrentamientos previos, incluidas dos finales en Wimbledon (2004 y 2005). Pero allí nadie cedía, amparados ambos en un servicio tan duro como seguro (50 «aces» al final Federer por los 27 de Roddick). Hasta el undécimo juego. Ahí, con saque de Roddick, se empezaron a animar las butacas. Federer vio fuera dos bolas que el «ojo de halcón» ponía sobre la línea. Federer arrojó a la basura nada menos que 4 pelotas para romper a su oponente, que se ponía 6-5 por delante para burlar al juego siguiente el servicio del suizo y llevarse la manga por 7-5.

En la segunda tanto Roddick como Federer se atrincheraron en su saque. No cedieron ni una sola bola de ruptura a su rival y se fueron al desempate. Y allí Federer estuvo a punto de verse con 2-0 abajo, pero de pronto empató el partido. Roddick tenía un 5-1 a su favor cuando cambiaban de pista, y hasta un 6-2 a continuación. Pero en los momentos de tensión ya se sabe que sólo Nadal es capaz de aguantar al helvético. A cada acierto de Federer respondía Roddick con un error -incluida una volea de revés a la grada- y entregó seis puntos seguidos y con ellos la manga. Y quizás el partido.

Empate a uno. Vuelta a empezar. Y el tercer parcial volvió a ser un duelo encarnizado en el que ninguno regalaba nada. Como el anterior. Y como en el anterior se llegaba al desempate, y como en el anterior Federer imponía su frialdad. La robótica. 7-5 y ya estaba por delante.

A Roddick le tocaba apretar. Y lo hizo en el cuarto. Rompió el servicio de Federer por segunda vez en el partido (Federer aún no había conseguido quebrar el saque del estadounidense) para ponerse 4-1 y llevarse la manga por 6-3.

Como en la final de 2008 ante Nadal -definida por «Sports Illustrated» como «el mejor partido de la historia»-, el encuentro llegaba al quinto set. Otra manga de locura, absolutamente vertiginoso. Apasionante. Hicieron falta 95 minutos para poner el punto definitivo a una final que cuenta ya con el mayor número de juegos (30) en su último set de las disputadas en el torneo. La de 2008 fue la de mayor duración, la más cruel y al mismo tiempo la más bella. La de ayer bien se merece estar sólo un peldaño por debajo.

Federer sufrió lo indecible, pero la historia lo llamaba y llegó a tiempo a la cita. El jugador con más finales del Slam disputadas (20, por 19 de Lendl); el jugador con más finales del Slam ganadas (15, por 14 de Sampras). El nuevo y de nuevo número uno del mundo. El deporte debe hoy pleitesía a Federer, el mejor jugador de todos los tiempos. Pero no olvidemos que por Manacor anda un jugador cinco años más joven que no sólo le ganó cinco finales de un «grande», sino que le hizo llorar como un niño. Pero ésa es otra historia y quizás en el Open de Estados Unidos podamos retomarla.