José María Gutiérrez Hernández, «Guti» para el fútbol, lleva catorce años en el Real Madrid, más otro que pasó en el filial. Siempre ha dado que hablar, pero pocas veces ha despertado tanto interés como estos días a raíz del brillante partido que jugó en Riazor, pero, sobre todo, del pase de gol que le dio a Benzema. Un pase de tacón.

Las jugadas «de tacón» están muy mitificadas en España, donde se las valora todas por el mismo rasero, aunque unas sean de altura y otras de lo más corriente. Fue de máxima altura el gol que pudiéramos considerar como inaugural del género en nuestro país. Lo marcó Alfredo Di Stéfano a Saso en el viejo Zorrilla, de Valladolid, en 1954, en su primera temporada en España. Había centrado Joseíto desde la derecha y Di Stéfano se lanzó en plancha en dirección a la trayectoria del centro y en paralelo a la portería. Cuando el balón llegó a su altura agachó la cabeza y lo dejó pasar. Y entonces, con todo el cuerpo en el aire y paralelo al suelo, dobló hacia arriba la pierna derecha y con la parte posterior del pie cazó el balón, que cambió bruscamente de dirección para meterse en la portería tras cruzar ante un portero paralizado por la sorpresa. La misma estupefacción alcanzó a todo el público. En el estadio se hizo un silencio total y que sólo al cabo de unos segundos la gente rompió a aplaudir. No había todavía televisión para conservar esas imágenes ni estuvo tampoco el No-Do. Pero existe una foto estupenda, en la que se ve a Di Stéfano en el aire y a Saso con los brazos abiertos mirando al frente, pero sin ver el balón que ya va camino de la red que inútilmente trata de guardar. Quien sí está mirando el balón, con la cabeza vuelta hacia atrás, es Di Stéfano, y esa mirada de reojo es la que demuestra que el remate no es una casualidad, sino la ejecución del proyecto de quien, en su profesión, reunía las condiciones de un genio, es decir, la creatividad para alumbrar grandes ideas y la capacidad para llevarlas a cabo.

Di Stéfano marcó otro gol similar en Bruselas, jugando con la selección española. Y otros más sencillos, dejando pasar el balón entre las piernas abiertas para en el último momento girar un pie y, con la parte posterior de la bota, cambiar la dirección del balón. Y dio muchos pases de esa forma, casi siempre como recurso y no por mero lucimiento, aunque a veces también. Pero ya el juego «de tacón» se había popularizado y prestigiado. Cualquier taconazo se celebra como una hazaña, a pesar de que muchas veces su mérito es más que relativo.

El equívoco alcanza a la propia denominación, que es inexacta, lo mismo en España que en Argentina, donde al juego de tacón le llaman de taquito. Hablando con propiedad no hay goles ni pases de tacón por la sencilla razón de que no hay ninguna parte del organismo humano que tenga ese nombre. La parte posterior del pie es el talón, que también puede ser llamado calcaño a calcañar. Tacón es la pieza que se coloca bajo la suela en la parte posterior del zapato. Las botas de los futbolistas tienen tacos en la suela, pero en la jugada que nos viene ocupando no intervienen para nada, ni los de la parte anterior ni los de la posterior.

Por tanto, con lo que Guti dio al balón fue con el talón. Fue un gesto inesperado y brillante, pero, sobre todo, eficaz, porque dejó el balón a favor de la carrera de Benzema y a éste de cara a la portería sin obstáculos, lo que aprovechó perfectamente el francés para marcar un gol. Pero, puestos en el lugar de Guti, lo que tuvo mayor mérito no fue dar el taconazo -perdón, el talonazo-, sino ver que Benzema venía tras él y en condiciones de sacar el máximo rendimiento a un pase que era sencillo.

Digo ver y no intuir o imaginar o suponer porque, tratándose de Guti, es muy probable que se tratara de eso. Si algo caracteriza su forma de jugar es precisamente su capacidad para ver. Sus fantásticos pases en profundidad sorprenden y maravillan por lo que tienen de inesperados: de visionarios. Es cierto que se necesita una gran técnica para ejecutarlos y, también, un poderoso cuerpo de atleta para dar a esa técnica el necesario equilibrio, porque no suelen ser toques sutiles, sino, como se dice de los tenistas, golpes muy apoyados, de muchos metros, que cuando salen bien -es decir, cuando además de bien ejecutados son comprendidos a tiempo por el destinatario- resultan demoledores para el rival. Pero lo que resulta determinante es lo que está en el inicio, es decir, la capacidad para ver de lejos, algo que no resulta fácil en la superficie horizontal de un campo de fútbol.

Esa capacidad es seguramente la mejor cualidad de Guti. Lo que le distingue como futbolista es su ojo de águila. Es la singularidad anatómica de sus ojos, con una gran densidad de la pupila y una especie de lente de aumento delante de ella, la que hace que las rapaces vean muy bien de lejos y, además, tengan un campo visual muy amplio que, en cierto modo, les permite percibir lo que tienen detrás. Gracias a su ojo de águila, Guti, cuando se siente a gusto en el campo, es un gran centrocampista de ataque, capaz de dar al juego de su equipo una arrasadora profundidad. Un pase suyo puede ahorrar una larga tarea de regates y toques. A veces los da como sin mirar, como antes hacía Laudrup y ahora Xavi. Pero él es capaz de hacerlo de más lejos.

Resulta sorprendente que a pesar de esas condiciones enfoque el final de su carrera como un jugador siempre discutido. Quizás haya que buscar la explicación en su forma de ser, que le ha llevado a eludir las situaciones templadas en el campo y fuera de él. En el campo puede transmitir a veces la sensación de ser un rebelde. Fuera, no ha tenido la prudencia de morderse la lengua ni de esconder su privacidad. Es, paréntesis de Beckham aparte, el madridista más vinculado al «glamour», pero uno de los más apreciados por los empleados del club. Puede ganarse a pulso una sanción por menospreciar al entrenador y semanas después convertírsele en imprescindible. En fin, ha optado por mostrarse contradictorio, que es el camino idóneo para acabar incomprendido.

Nacido para ser protagonista ha elegido a menudo el papel de antihéroe. La actualidad lo ha puesto de manifiesto de una forma muy gráfica. Aquiles, prototipo del héroe clásico, era invulnerable salvo en su talón. Ahora, si hacemos caso a algunos medios, tal parece que es precisamente en el talón donde reside toda la fortaleza de Guti.