Gijón, Mario D. BRAÑA

En sus viajes por medio mundo, Brendan Doyle ha podido comprobar que hay un idioma tan universal como el inglés: el del rugby. El balón ovalado ha sido para él una especie de pasaporte, que le ha abierto todas las puertas del mundo y engordado su agenda de amigos. Afincado en Gijón desde 1971, este corpulento irlandés intenta inyectar su pasión por el deporte a las nuevas generaciones de Asturias. Sin pretensiones de llegar a los extremos de su país, donde el rugby es casi una religión, fomenta como presidente de la federación asturiana los valores de una actividad reservada para caballeros.

Deportivamente, Brendan Thomas Doyle creció condicionado por su lugar de nacimiento (16 de septiembre de 1950), Kinvara (República de Irlanda), donde era casi una obligación practicar deportes gaélicos como el hurling, una variante del hockey. Con diez años tuvo su primer contacto con el rugby, favorecido por la presencia en su colegio de un profesor que había jugado. El traslado familiar a Londres, en 1965, determinaría su futuro: «Practiqué natación y boxeo, pero sobre todo rugby. Y durante tres años, mientras estudiaba Marketing, jugué en un equipo de Bristol».

Terminada la carrera, en el verano de 1971 Brendan se dejó caer por Gijón con la idea de pasar un año. Y hasta hoy: «Asturias me llamaba la atención por su origen celta y en Gijón me sentí muy a gusto desde el principio. El carácter de la gente es muy parecido al irlandés, así que me sentí como en casa. Además encontré un ambiente fenomenal de rugby en el Sporting». La casualidad le llevó incluso a jugar un par de temporadas en la Liga de División de Honor, con el CEU de Valladolid.

Brendan Doyle nunca perdió el norte y volvió a Gijón para quedarse. Jugó hasta los 51 años, sin que lo considere algo excepcional: «La clave es poder entrenar todos los días porque el rugby es un deporte de equipo en el que todo el mundo puede aportar algo. Lo importante es la solidaridad de la gente». Lo demás fue una cuestión de motivación y de amor al deporte: «El rugby ha sido fundamental en mi formación personal. Enseña mucho de cómo es la vida. Recibes muchos golpes, pero tienes que levantarte y seguir jugando».

Pese a su origen irlandés, donde es una religión, a Doyle el rugby asturiano siempre le llenó tanto como cualquier otro: «Cuando llegué, el rugby asturiano estaba empezando, pero había gente con buen nivel y muy comprometida. El compañerismo y el compromiso es el mismo en todos los sitios. El rugby te enseña una serie de valores como la humildad, el sacrificio, la lealtad y la solidaridad. No se admite otra cosa. La gente del rugby es respetuosa con los demás, tanto en la victoria como en la derrota».

En su más de medio siglo ligado al rugby, Brendan asegura no haber presenciado ningún incidente en un campo de rugby. Y va más allá: «He presenciado partidos durísimos, pero al final ni un mal gesto entre los jugadores». Considera fundamental el respeto a la figura del árbitro, hasta el punto de que sólo los capitanes están autorizados a hablar con él. Curiosamente, la faceta arbitral es la única que no ha tocado en su trayectoria en el rugby: «Ser árbitro resultaría frustrante porque tendría que callarme la boca».

Aparte de jugar hasta hace nueve años, Brendan tuvo una breve experiencia como entrenador y dos etapas como dirigente de la Federación Asturiana. Desde ella, ahora como presidente, intenta poner su «granito de arena» al fomento del rugby entre los chavales. Parece que va por buen camino: «Llegamos con 380 fichas y ahora andamos por las 640. Todo gracias a que están consolidados los equipos base, tanto en los clubes como en los colegios».

Por primera vez, el rugby ha formado parte del programa de los Juegos Escolares, con 250 niños apuntados: «Hemos convencido a los padres de lo que puede aportar el rugby a la formación de sus hijos». Para ganárselos también son importantes las nuevas modalidades: «Las reglas han evolucionado muchísimo para hacer el juego más vistoso y más participativo. Por ejemplo, con el rugby "tag", que consiste en poner una cinta a los niños en la cintura para que, al quitársela, equivalga a un placaje».

Medidas que pueden ayudar a mejorar el nivel del rugby español, uno de los pocos deportes que se ha quedado atrás en el concierto internacional. Doyle ofrece su diagnóstico: «Aquí se trabaja bien la base, el problema es que en los mejores equipos la mayoría de los jugadoras son extranjeros». Y añade: «España tiene un equipo potente en rugby a 7, que va a ser olímpico. Nosotros lo promocionamos en juveniles».

Brendan Doyle admite que «no entendería la vida sin el rugby», y podría poner muchos ejemplos de gente como él, que adora este deporte. Conoce muchos países donde es el más popular, aunque nada comparable a Nueva Zelanda: «Allí el rugby es una religión. Y es famosa la respuesta de un niño en un colegio, cuando su profesora le preguntó lo que quería ser de mayor: «Quiero ser un All Black».

Más conocido, y de actualidad por la película «Invictus», es el papel del rugby en la reconciliación de los surafricanos, con motivo del Mundial de 1995. Nelson Mandela supo ver la fuerza del deporte para acabar con la grieta entre negros y blancos, que se unieron para ganar aquella competición. Brendan, que hizo de traductor de Mandela en 1992, cuando acudió a recoger el premio «Príncipe de Asturias», desvela que el ex presidente surafricano lamentaba que no hubiera más negros jugando al rugby.