Ujo, Mario D. BRAÑA

Acaba el entrenamiento en el polideportivo del Colegio La Salle de Ujo y dos críos del equipo de baloncesto piden cuentas a su entrenador: «Pati, ¿cuando me das mi regalo por las ocho canastas que metí?». Y «Pati», Juan Carlos Piernavieja según el carné de identidad, pide tiempo para cumplir su promesa. Así lleva más de treinta años, desde que empezó en un deporte que se ha convertido en parte fundamental en su vida. Siempre rodeado de «enanos». Porque ahora entrena a las hijas de sus primeras jugadoras, una fidelidad que él valora como la mejor recompensa posible a su dedicación a esos maravillosos bajitos que no paran de crecer.

Juan Carlos Piernavieja Castañón (Ujo, 3 de junio de 1962) es «Pati» por la derivación de su primer apellido hacia Patavieja. Llegó tarde al baloncesto, con 17 años, porque como a la mayoría de los niños de su pueblo le había tirado más el fútbol. También hizo sus pinitos en el balonmano mientras estudiaba en el Colegio El Pilar de Valladolid. De vuelta a La Salle aceptó la invitación del hermano Miguel Tejedor y le echó una mano en la introducción del baloncesto en el colegio.

«Empecé de delegado y también aprendí a dirigir a los equipos», cuenta Juan Carlos sobre su primera experiencia. «Cuando se marchó Tejedor nos quedamos un grupo de chavales al frente de la sección. Nos organizaron un curso de entrenador y saqué el título básico y el de Primera. Hasta que me enganché, pero más que al baloncesto, al trato con los críos».

Treinta años después sigue por los mismos derroteros. No se cansa del trato cercano, casi paternal, con los niños y niñas a los que entrena. Lo compaginó con el fútbol hasta los 23 años, cuando tuvo que retirarse por un esguince de tobillo mal curado. A esas alturas ya había entrado como ayudante minero en Hunosa, donde tuvo las máximas facilidades para seguir en el deporte: «Tanto en el Pozo San José como en el Santiago tenía un turno que me dejaba las tardes libres».

Prejubilado desde 2005, el baloncesto le llena las tardes y los fines de semana. Siempre en La Salle, por voluntad propia: «Me ofrecieron entrenar al Basket Mieres, pero no acepté porque nunca quise competir, sólo jugar. Quizá es un poco de cobardía por mi parte, pero, sobre todo, porque estoy seguro de que no me lo pasaría tan bien».

«No cambio por nada la cara de felicidad de una niña de seis años», recalca Pati, que da mucha importancia a la actitud de los padres: «Siempre les digo que a los chavales se les puede quitar antes la consola o el ordenador que el baloncesto». En términos generales, no tiene queja de los progenitores y mucho menos de la dirección del colegio: «Siempre nos han apoyado al máximo con el baloncesto, así como las asociaciones de padres. Y el colegio ha ganado algún alumno por el equipo de baloncesto».

Juan Carlos Piernavieja no cobra un euro del baloncesto desde la lejana etapa en que los equipos del colegio competían como Grupo de Empresa Hunosa. Ahora incluso le cuesta dinero, a cuenta de los desplazamientos o llamadas telefónicas, pero lo da por bien empleado. El ajetreo tampoco le trae problemas en casa, una vez superada la etapa en la que apenas veía a su mujer una hora al día. Aunque a estas alturas del curso empieza a estar «un poco hasta el gorro» del baloncesto, nunca se ha planteado dejarlo: «Cuando llega septiembre ya me empieza a picar el gusanillo».

Pese a que no tiene más ambición que seguir trabajando con la cantera, Pati procura estar al día en métodos de entrenamiento: «Por internet estudio sistemas para minibenjamines y benjamines. Y procuro participar en "clinics", como el que dio Moncho López cuando entrenaba en Gijón». Para alguien como él, que procede del fútbol, está claro que «el baloncesto es el modelo a seguir, por ejemplo, en aspectos como el arbitraje, donde las reglas están muy claras».