Gijón, Mario D. BRAÑA

El empate, ese resultado desconocido para el Sporting la pasada temporada, ha ido arrimando al equipo gijonés a la orilla de la permanencia, alcanzada ayer gracias a las miserias de otros competidores. Anda tan justo el Sporting que no le alcanza para ventilar a un Atlético de rebajas, pendiente sólo de sus finales extraligueras. Bastó un punto porque llegaron buenas noticias desde otros campos y, por primera vez en tres años, no hará falta esperar al último aliento. El Molinón volvió a celebrar por todo lo alto un éxito que se llegó a poner en duda en las últimas semanas. El Sporting consiguió su objetivo, que de momento no va más allá de seguir en Primera, pero una vez más obligó a su gente a contener la respiración. Hasta que, con el pitido del árbitro, llegaron los suspiros de alivio.

Después de un inesperado viaje por carretera, Quique Flores se plantó en El Molinón con apenas tres titulares indiscutibles, lo que pintaba un paisaje idílico para el Sporting. Los de Preciado, reforzados por su rendimiento en Getafe, tenían 90 minutos para dejar claro quién se jugaba el cocido ayer en El Molinón. El problema es que pronto quedó muy claro que, en su caso, querer no es poder. Volvió a aparecer el equipo deshilachado de los últimos dos meses, incapaz de imponer su juego frente a un puñado de meritorios o de veteranos de vuelta de todo.

Al Atlético le bastó la calidad de Tiago y Jurado para dar la sensación de que tenía controlada la situación. Enfrente, los sportinguistas corrían como locos y metían la pierna con decisión, pero poco más. Rivera y Diego Camacho volvían a encontrarse solos en la inmensidad del centro del campo. Esa incapacidad para generar juego hizo irrelevante el obligado cambio en la portería colchonera. Sergio Asenjo, el fichaje estrella que se ha pasado la temporada en el banquillo, tuvo que dejar su sitio a Joel, el portero del filial, que pasaba por allí.

Seguro que a Joel le hubiese gustado tener un debut más movido para lucir sus cualidades. Pero no hubo manera. En todo el primer tiempo sólo se inquietó con un cabezazo a la «remanguillé» de Bilic, que se marchó por encima del larguero. Nada más. Domínguez, uno de los pocos habituales en la alineación, se bastó para cortar los escasos intentos sportinguistas. Como el Atlético tampoco inquietó a Juan Pablo, el descanso llegó casi como una bendición.