Como tantas veces las ilusiones del alonsismo militante estaban en la salida. Pero no hubo nada que hacer. Webber domó desde la pole las ansias del pelotón de aspirantes y pronto los colocó en fila mientras aumentaba su ventaja con un vuelta a vuelta demoledor. Pasaba el tiempo y aquello tenía pinta de doblete. Era una carrera un punto aburrida, sedante, música celestial para los fieles de la pelouse, que saltaban entre culín y culín de sidra con cada paso de Alonso a la grupa del coche rojo. Pero Vettel, que va camino de convertirse en el pupas de la parrilla, iba a dar vida a Hamilton. Tuvo mala suerte en el pit lane, parado mientras esperaba a que se despejase el tráfico de salida. Unos segundos de oro que echó de menos a la vuelta siguiente cuando, ya en pista, se encontró al inglés, que abandonaba la calle de los garajes. En medio de la primera curva apareció una tortuga con apariencia de coche de Virgin y se lio la madeja. Hamilton tuvo más arrojo y Vettel acabó fuera de la curva. La había regalado el segundo puesto al de McLaren.

Más tarde los neumáticos del Red Bull no aguantaron más y tuvo que cambiarlos, el único de los de arriba que necesitó pasar dos veces. Y ahí Fernando Alonso transitó feliz con rumbo al podio.

Por unas u otras cosas, Vettel no concreta. Es el delantero de las jugadas perfectas, de la gambeta que sienta a tres rivales y luego manda el balón encima del larguero. Ya le pasó el año pasado. Cuando Brawn GP aflojó no estuvo en el lugar ideal para aprovecharlo porque había regalado demasiados puntos antes. Y andaba en esos lamentos cuando notó que el Red Bull dejaba de frenar. El sistema delantero izquierdo dimitió y ni siquiera pudo intentar devolverle la moneda a Alonso.

Respiró el ovetense, se frotó las manos con el bronce y rodó tranquilo en busca de la bandera de cuadros. La sonrisa fue completa cuando la mecánica abandonó a Hamilton y el asturiano terminó segundo una carrera que nunca creyó le daría tanto beneficio.