Lo que llaman «el pacto de Llanes» parece una variante interautonómica del célebre contubernio vasco, aunque no es más que una expresión de los designios del calendario de Liga, que como bien recordaba Preciado el viernes en Mareo, no lo hizo él. En justa reciprocidad con el amable escenario de la penúltima jornada, el Sporting podría viajar a Santander el domingo al mediodía -quizá en una caravana de motos con sidecar-, parar a comer en San Vicente de la Barquera (y luego en Santillana, a comprar unos sobaos) y saltar a El Sardinero en el tenso atardecer cántabro con un puñado de suplentes apañadito.

Primero habría que hablar con el Racing para advertir a los atribulados vecinos del Oriente que antes del descanso pretendemos introducir una pequeña dosis de intriga y suspense para jugar al gato y al ratón con el espectador y sus transistores de radio. Inspirados en una reciente experiencia propia, hemos pensado en hacer un rondo como el que nos montó el Atlético en El Molinón. Todavía no tenemos decidido quien hará de Tiago y quien será Jurado.

Y eso que lo nuestro no son los rondos de balón, sino lo que los comentaristas de vanguardia llaman en televisión transiciones rápidas. Si finalmente constatáramos que no hay nadie disponible en nuestro elenco de figurantes para hacer de Tiago y Jurado, aunque sea un rato y de mentira, nos limitaríamos a cubrir el expediente con frescura y elegancia. No ya porque el calendario de Liga no lo hizo Preciado, en efecto, sino porque a mitad de la semana en curso esperamos una declaración institucional de Miguel Ángel Revilla anunciando el envío de un cargamento de sus dichosas anchoas de Santoña, y una foto de archivo del presidente cántabro en la portada del «Alerta» recibiendo de Pepín Braña el último «Gesto sportinguista». No vamos a fallarle ahora al inefable Revilla, en tan dramáticas circunstancias, aunque en el seno de la parroquia rojiblanca anide ya la sospecha de que el oso que mandó al ataque en el cercado de Proaza nos está saliendo aguarón. Carlos Zapico está convencido de que «Furaco» necesita un rondo, pues también le pierden las transiciones rápidas.

Es hermoso celebrar la permanencia con una jornada de antelación, y no precisamente por entregarse al fomento de la buena vecindad con Revilla. Siguiendo la progresión matemática -el año pasado en la última; éste en la anterior-, en unas diez temporadas se podría llegar a la Europa League y puede que a la Champions. Por el medio te espera un panorama distendido y tedioso, como el que El Molinón barruntaba a lo lejos aquella noche de marzo ante el Deportivo, cuando Diego Castro marcó de penalti en el 94. ¿Cómo presagiar que aquella sería la última victoria de la Liga?

Cualquier día haremos el cómputo del número de centrocampistas necesarios para gestionar un aburridísimo final de campaña sin apreturas, apenas amenizado con un cuantos rondos de balón. Este año nos conformaremos con unos sobaos pasiegos de cortesía, aunque algunos entretendremos la jornada final y sus vísperas calculando el porte del autobús que Clemente conducirá el domingo en el Camp Nou; si será un servicio regular o un «supra» a lo Mourinho.