El barcelonismo cantó su Liga número 20 con la misma naturalidad que transmite el fútbol del equipo de Guardiola, claro como el agua clara. Sin trampa ni cartón. El título ha caído por su propio peso, tras una temporada para enmarcar. Exigido al máximo por el Madrid, tan testarudo como siempre, el Barça ha alcanzado la excelencia en el campo y en la tabla de clasificación. Récord de puntos, de victorias, «Pichichi» (Messi), «Zamora» (Valdés), todo se ha quedado en el Camp Nou, para mayor gloria de un entrenador y de unos futbolistas que siguen haciendo historia. La última victoria, la guinda a esta temporada imborrable, llegó tras otra exhibición de juego colectivo y destellos individuales. Sin triplete, pero con una sensación de poderío que no neutraliza ni todos los millones del mundo.

El Barça más fiable de la historia, ese equipo que lleva dos años compitiendo a un nivel impresionante, no podía fallar cuando lo tenía más fácil. Cinco minutos duró la incertidumbre en el Camp Nou. Y no fue precisamente por el efecto intimidador de Clemente. Fue, más bien, por la conjunción del atrevimiento del Valladolid con el exceso de confianza barcelonista. Los pucelanos hicieron caso a su técnico y se negaron a morir como un manso. Prefirieron ser toro bravo. Y les faltó poco para empitonar a su ilustre enemigo.

Valdés, impecable toda la temporada en el juego con los pies, traspasó el límite de seguridad ante la presión de Barragán. El portero se vio obligado a despejar a la buena de Dios y el balón cayó a pies de Manucho, que tenía toda la puerta a su disposición. Y un obstáculo inesperado. Por allí apareció, de no se sabe muy bien dónde, Puyol para evitar el gol y un susto de campeonato a los culés. También sirvió para despertar a Valdés, que tres minutos después anduvo listo para despejar de cabeza al borde del área, con contundencia, un balón por el que porfió Baraja.

El que más y el que menos empezó a echar de menos a Xavi. Al centro del campo azulgrana (Touré, Busquets, Keita) le sobraba tonelaje y, al menos en esos primeros minutos, le faltaba sutileza. El Valladolid, con tensión y atrevimiento, robaba el balón en posiciones adelantadas y percutía contra una línea defensiva que no daba abasto. Puyol se desesperaba pidiendo a sus compañeros concentración. Por un momento, la sombra de la sorpresa ennegreció el Camp Nou y levantó el ánimo del madridismo.

Hasta que, coincidiendo con el gol del Málaga, el Barcelona giró la llave de contacto. Primero, con la fuerza de Keita y Touré. Después, con la maña de Messi. Cuando Luis Prieto se equivocó al despejar un centro de Pedro que no tenía destinatario azulgrana, Jacobo ya vivía una pesadilla. Que se agrandó antes del descanso con una combinación de lujo entre Touré y Messi que finalizó Pedro con su 12.º gol.

Todo eran buenas noticias para el Barça, en el Camp Nou y en La Rosaleda. Como el Valladolid, pese a su entrenador, no tiene tanta moral como el Alcoyano, el partido entró en un «impasse». El Barça no se apuraba y su rival no podía. Y así siguió en el segundo tiempo hasta que Touré se empeñó en demostrar que es algo más que una fuerza de la naturaleza. El marfileño hizo un caño a un defensa, se fue de otro y le regaló el gol a Messi, que redondeó su temporada más productiva con el 34.º gol, una cifra estratosférica para un futbolista que hasta hace poco se preocupaba más de asistir que de marcar.

Con todo resuelto, hubo tiempo para el lucimiento de Valdés, con dos buenas paradas, y para que Guardiola abriese el catálogo de homenajes y despedidas. Henry tuvo sus últimos minutos en una gran Liga, Ibrahimovic pudo entrar con el viento del público a favor y, por supuesto, Iniesta cumplió su deseo de acabar la temporada sobre el césped, aclamado por una afición que le tiene en un altar.