Oviedo, Mario D. BRAÑA

Lleva 25 años haciendo funcionar «la factoría», el Colegio de Ventanielles que suministra la materia prima que Lodario Ramón acaba convirtiendo en grandes levantadores de peso. Este leonés entusiasta del deporte de base ha puesto a Oviedo en el mapa de la halterofilia a fuerza de formar campeones y, por encima de todo, ha ayudado a cientos de críos a encontrar una vía que no llevase inevitablemente a la marginalidad.

Lodario Ramón Ramón (Fresnedelo, León, 20-11-54) creció en Fabero, un pueblo que vivía con un ojo en las minas y otro en Marianín, aquel delantero centro que hizo historia en el Oviedo. Como cualquier otro niño intentó imitar al ídolo local, pero sus aptitudes deportivas iban por otro lado. En el instituto hizo sus pinitos en gimnasia, hasta que cayó en sus manos una revista de deportes: «Fue como una luz que me enseñó que había otras cosas al margen del fútbol».

Una revelación que coincidió con su traslado a Ponferrada para estudiar Formación Profesional: «Había un gimnasio con todo tipo de aparatos y me dije que yo era capaz de hacer aquellas cosas. Experimentaba con todo. Un día vi unas anillas, me subí y a la primera hice el Cristo».

Esas demostraciones marcaron el destino de Lodario: «Me vio Campillo, un culturista, y me dijo que podía valer para hacer pesas. Me llevó a su gimnasio y el primer día levanté mi peso corporal de entonces: 62 kilos». Tito, un entrenador de halterofilia de Ponferrada, lo reclutó y en tres meses ya levantaba cien kilos, proclamándose campeón de Castilla y León. Al terminar sus estudios de delineante volvió a Fabero para trabajar en la mina y mostrar al pueblo su espíritu emprendedor en el deporte.

«Monté un gimnasio en el campo de fútbol», explica Lodario, que pronto contó con ayuda: «Al principio fabriqué mis propias pesas, hasta que la Federación me mandó un carro con lo fundamental». Completó su formación con un curso de monitor y durante tres años entrenó a un grupo de diez personas. Unas oposiciones a funcionario del Estado marcaron definitivamente su futuro deportivo y vital: «Tras un año en Madrid, mi primer destino aquí fue en Sama de Langreo. Entrené en el polideportivo de Blimea, con la ayuda de la Federación Asturiana». El traslado a Oviedo, en 1985, fue la estación término para él: «Me presenté en el Palacio, donde estaba Ángel, un entrenador que conocía. Me recibió muy bien y me dijo que tenía el gimnasio a mi disposición».

A los seis meses Ángel cedió los trastos a Lodario, que se puso manos a la obra con un proyecto que hoy, 25 años después, ha recibido los mayores reconocimientos: «Me puse a trabajar con la base, críos de 10 o 12 años, la mayoría de «la factoría», como yo llamo al Colegio Público de Ventanielles. Y pronto se vieron los resultados, porque a los jóvenes les cuesta menos que a los mayores aprender la técnica».

Todo fue más fácil cuando el Ayuntamiento de Oviedo empezó a arrimar el hombro: «Al principio no confiaban en mí. Empecé a sacar chavales y decían que los dopaba, cuando mi único "doping" era el entrenamiento diario. Con Enrique Díaz de concejal de Deportes las cosas fueron de maravilla y a partir de ahí me dieron todo lo que necesité». De esa manera no sólo forjó campeones, sino que ayudó a formar personas: «Muchos padres me dijeron que si no hubiera sido por la halterofilia sus hijos serían unos drogadictos más de Ventanielles».

Lodario dice que los críos le quieren como si fuera su segundo padre. «Soy un poco de todo: entrenador, padre, amigo. Esto es una familia». Acaba de rechazar una oferta del Grupo Covadonga, por sus chicos y también «porque a Oviedo se lo debo todo». Últimamente se le ha pasado por la cabeza dejarlo, «pero es como una droga. No puedo dejar a la gente tirada. Además, es cuando más sé de deporte, porque he aprendido de los errores».