De la conjura salieron dos ideas geniales. «O entramos a cambiar los neumáticos en la primera vuelta, o esperamos hasta la última», decía el libro de ruta, todavía sin cerrar. Alonso dio el voto de calidad. Prefería poner todas las fichas al mismo número a las primeras de cambio y después ya se buscaría la vida.

Sin terminar el primer giro, volvió a visitar a sus mecánicos para poner calzado duro al F10. Enrabietado, regresó a la pista y se puso en un momento a la cola del pelotón. Los chicos de rojo dieron un respingo cuando apareció el coche de seguridad por el accidente de Hulkenberg. Si el desfile por los garajes comenzaba tan pronto la gran idea no habría servido de nada. Por suerte, nadie se animó y el piloto asturiano pudo iniciar la parte del plan que estaba únicamente en sus manos.

Tenía que deshacerse de los coches más lentos por sus propios medios, en un lugar que se había hartado de señalar como imposible para los adelantamientos. Escogió la salida del túnel y su chicane posterior para ejecutar sus fechorías. A dos por fuera, al otro por dentro, y otro más acosándole hasta el derribo. Así cayeron Di Grassi (que opuso mucha resistencia), Trulli, Glock y Kovalainen. A los Hispania de Senna y Chandhok los fulminó al esfumarse uno de los coches de seguridad, aprovechando la nueva regla que permite adelantar antes del paso por meta.

El resto cayeron de maduros, en varias fases, mientras fueron pasando por el garaje para el obligado relevo de neumáticos. Resistió Kobayasahi hasta que el Sauber tuvo una nueva avería y finalmente Rosberg dio su brazo a torcer.

Entre Hamilton y Schumacher aguantó Alonso, también sus neumáticos, castigados durante 77 vueltas, un exceso nunca visto en este nuevo formato de carreras. Y muy al final, con todo hecho, Schumacher quiso sorprenderle en La Rasscase sin caer en la cuenta de que era terreno vedado por el coche de seguridad. Alonso recuperó el sexto puesto tras intervenir los comisarios.