Hace tiempo que el Madrid se ha acostumbrado a jugar dos partidos paralelos. El que disputa contra el rival de turno en el campo y el que le enfrenta al Barça en la distancia. Su inercia ganadora en el césped se contrapone a una persecución desesperada que se presumía ineficaz desde que el Barça le derrotara en el Bernabeu. Hasta ahora, el carácter ganador de los blancos le había servido para seguir sumando en la Liga, pero en La Rosaleda el cuento tuvo un final distinto.

Y eso que el comienzo copiaba el guión de los últimos partidos. Los de Pellegrini saltaron al césped dispuestos a que el partido del Camp Nou no le distrajera de su cometido. El comienzo fue tan fulgurante que Cristiano Ronaldo apenas tardó dos minutos en avisar de sus intenciones. Con las plegarias encaminadas al milagro de San Clemente, los madridistas se encontraron con algo inesperado: gol del Málaga. Una pared entre Duda y Caicedo fue introducida en la red por el primero con un disparo tan débil como dañino. El tanto no cambió lo más mínimo el planteamiento del Madrid, tan acostumbrado en los últimos tiempos a poner dificultades extra en las tareas más sencillas. Tendencia masoquista, lo llaman algunos.

Apenas tuvo tiempo Cristiano Ronaldo de secarse las lágrimas para echarse el equipo a la espalda. Así ha sido durante toda la temporada. El orgullo del portugués es tan marcado que influye en la actitud de sus diez compañeros. Moviéndose por todo el frente de ataque, el luso acaparó las mejores opciones madridistas, como un cabezazo al que respondió un ágil Munúa. Hasta que llegó el primer mazazo desde Barcelona. Higuaín y Guti ejemplificaron mejor que nadie la desdicha merengue con dos tarjetas por protestar. La del de Torrejón, con bronca de su delegado Chendo incluida, sirve como tarjeta de despedida de un jugador genial con el balón, pero que aún busca superar la adolescencia. Como espoleados por el orgullo del derrotado con números de campeón, el Madrid tiró de casta. Fueron los mejores momentos de los blancos en el partido, una racha abierta con una espectacular chilena de Van der Vaart y cerrada por una nueva aventura en solitario de Cristiano Ronaldo al filo del descanso. El Málaga se comportó siempre como un equipo ordenado, compacto, duro. Salvaguardando su portería con ocho jugadores por detrás del balón y dejando sus escasas opciones en ataque al duende de Duda.

Alguna razón debió de encontrar Pellegrini en el descanso para enchufar de nuevo a los suyos en el partido. El Madrid tan sólo tardó tres minutos en igualar la contienda. Van der Vaart, con el permiso de la zaga local, rotó sobre sí mismo hasta soltar un latigazo seco junto al poste. Pero, de nuevo, los ecos del Camp Nou tumbaron el intento de reacción blanco. El tercer gol culé coincidió con el bajón de juego madridista, que incluso cedió la iniciativa a un Málaga respondón. El Madrid, que nunca ha necesitado de un juego excelso para llegar al arco rival, se fio entonces en su pegada demoledora, pero se topó con Munúa. El uruguayo detuvo un disparo de Granero, envenenado tras tocar en Van der Vaart, tras la enésima subida productiva de Marcelo. La soledad habitual de Xabi Alonso, más desacertado de lo habitual, se hizo latente con presencia testimonial de Gago y Granero, una vez más superados por las circunstancias. De Ronaldo, más pendiente de los piques con Mtiliga que de jugar, no llegaron noticias. Pellegrini hizo uso de su recurso más socorrido y dio entrada a Guti por Gago. Benzema relevaría minutos después a Granero buscando más dinamita arriba, pero, por esta vez, el Madrid no parecía por la labor de perseguir metas inalcanzables.

El final del partido fue digno de una película de los hermanos Marx. Un tanto del Madrid le daba la salvación momentánea al Tenerife y hundía al Málaga en Segunda. La poca disponibilidad del Madrid a ganarse enemigos innecesariamente le hizo levantar el pie del acelerador y conformarse con el empate. El abrazo de Florentino Pérez a Fernando Sanz, hijo de uno de sus máximos rivales en las urnas, terminó por describir el escenario pintoresco en el que se convertiría La Rosaleda, con la salvación del Málaga incluida. Una fiesta a la que el Real Madrid no estaba invitado.