«Mira hacia atrás y ríete de los peligros pasados.»

Walter Scott

El ala nostálgica del sportinguismo recuerda que pronto se cumplirán veinte años de su final de Liga favorito. En 1991, el Sporting se jugaba una plaza para la UEFA (aquella copa de la UEFA) en la última jornada en el campo del Valencia, con los levantinos y el Oviedo como aspirantes al mismo objetivo. Había una plaga de lesiones en la plantilla rojiblanca (Joaquín, Manjarín, Óscar, Ablanedo?) y una normativa en vigor que impedía alinear jugadores del primer filial en las últimas jornadas del campeonato. El entrenador, un Ciriaco Cano debutante a mitad de aquella campaña, tuvo que recurrir a los juveniles para completar la convocatoria. El Valencia dependía de sí mismo y el Oviedo tenía un partido fácil en el Tartiere ante el Castellón. El Sporting, obligado a ganar en Mestalla, venció 0-1 con el último gol de Luis Enrique, su decimoquinto tanto en una temporada que había iniciado como prometedor aspirante a la titularidad.

Con una semifinal de Copa pendiente de disputa, la hinchada sportinguista no movió ni un banderín aquella tarde para celebrar uno de los más grandes éxitos de la historia del club: una clasificación europea obtenida en circunstancias extremadamente desfavorables, cuando en Gijón se había desatado una tremenda campaña de descrédito contra los dirigentes del club y el propio técnico, que un año después se pagaría con creces (y con falta de inversores) en la apuradísima conversión en sociedad anónima deportiva.

Rescatando estos apuntes perdidos de la historia, los empedernidos nostálgicos contribuyen a explicar a las jóvenes generaciones que los recientes éxitos del Sporting, aunque dignos de la debida celebración, no son en la trayectoria general del club el desenlace jubiloso tras una década de negruras, sino un feliz retorno a la normalidad. No pocos sportinguistas de toda la vida, los que recuerdan que el Sporting ya era una institución venerable incluso antes de que Quini naciera, siguen creyendo que, en Gijón, las permanencias en Primera División, más que celebrarse, deberían darse por consabidas. Sostienen incluso que al consolidar su plaza entre los grandes, al Real Sporting de Gijón SAD ya le queda poco para regresar al sitio exacto donde sus mentores tomaron el Real Sporting de Gijón Club de Fútbol, el de los presidentes elegidos por sufragio universal. Los archivos dicen que la ley de sociedades anónimas llegó un año después de aquel regreso rutinario de Valencia: los chicos de Ciriaco habían acabado la Liga octavos y habían perdido la semifinal de Copa con el Real Madrid. En Gijón se escribió entonces que aquel Sporting, como equipo, era una calamidad.

Con apenas cuatro o cinco partidos para el olvido (Almería, Sevilla, las visitas del Tenerife y el Valladolid), el balance de la temporada que acaba de terminar es excelente. Con las felicitaciones debidas a Manuel Preciado, y por extensión al cuadro técnico, los responsables del Sporting están emplazados a mantener el rumbo, a cultivar el ingenio y a no perder nunca de vista la perspectiva histórica, imprescindible para mantener el club sin mayores apreturas en el lugar que le corresponde.