Oviedo, Antonio LORCA

«Lo dejaré cuando me canse, pierda la ilusión o mi mujer me ponga entre la espada y la pared», bromea Adolfo Pulgar, el sempiterno entrenador del Universidad, mientras atiende a algunos clientes que acuden a su bar: «Tengo una cervecería a medias con mi hermano, pero sólo estoy aquí por las mañanas», explica.

Y es que el resto del día se lo dedica al completo al fútbol, y los fines de semana, y... «hasta cuando había dos plataformas que ofertaban partidos, yo me aboné a las dos. Mi mujer estuvo dos años sin enterarse. La sigo teniendo y cada fin de semana caen cinco o seis partidos». A eso hay que sumar los entrenamientos diarios con el Uni, un partido como entrenador cada fin de semana, más algún otro de sus rivales de Tercera, «que siempre cae», y, por si fuera poco, el Campeonato de España universitario. Ah, y las clases de táctica en la Escuela de Entrenadores.

«Es lo que me gusta». Con esa frase justifica una vida dedicada al fútbol; primero como jugador y después como entrenador, casi siempre en un equipo tan particular como el Universidad, al que ha llevado a lograr objetivos muy por encima de lo esperado. Fijo cada año en los puestos de promoción, el Uni, con Pulgar en el banquillo, ha estado tres temporadas en Segunda División B. «Más que los ascensos lo que más satisfacción me ha dado han sido los campeonatos de España universitarios que hemos ganado. Ser los mejores de España, aunque sea en fútbol universitario, es muy bonito». Un torneo que ha ganado cinco veces y en el que ha quedado tercero otras tres.

Su etapa como futbolista -cuentan que era un lateral muy cumplidor- acabó pronto por las lesiones. Comenzó a jugar en el Masaveu, luego fichó por el filial del Sporting, con quien llegó a debutar en el primer equipo. Entonces se rompió el tobillo. Una vez recuperado, marchó al equipos de sus amores -junto al Nalón (del que es socio y fundador) y el Uni-: el Oviedo. Con el equipo azul estuvo tres temporadas en Segunda. Luego volvieron los problemas físicos, marchó al San Martín y a los 29 años lo dejó.

Inmediatamente después de dejar el fútbol como jugador, volvió a comenzar, esta vez como entrenador. «Empecé en el cuerpo técnico del Oviedo». En este equipo llegó a dirigir al Vetusta y, con 41 años, por fin tomó el mando del Uni, donde encontró su lugar. A la pregunta de qué tiene de especial el equipo estudiantil para haber contraído un matrimonio tan largo con él, utiliza una respuesta casi libertaria: «La institución en sí. No hay directivos, ni burocracia...», explica. Y si se insiste en preguntarle por qué no ha cambiado cuando ha tenido ofertas de categorías superiores, más que responder razona: «Irme solo fuera de casa, sin mi mujer; al final siempre desestimé las ofertas, aquí estoy contento», concluye.

Ahora bien, el no haberse ido a otros equipos no ha significado tomar menos en serio un oficio que le apasiona: «Un entrenador tiene que ver partidos, pero no como un aficionado cualquiera. Yo, en mis clases en la Escuela de Entrenadores, pido a mis alumnos que me hagan un informe de lo que ven». ¿Otro ascenso? «La Universidad no va a poner pegas. El equipo seguirá con la misma filosofía y cobrando todos lo mismo», dice, aunque lo que ahora le vuelve a hacer soñar es el Campeonato de España, que en marzo vuelve a empezar.