El paso por los vestuarios no sirvió para avivar al equipo. Como al Oviedo le faltaba chispa, hubo que buscar algún factor externo que ayudara. Lo intentó Pacheta introduciendo en el campo a Moré, Pelayo y Martins, tres agitadores contra el orden establecido. El asunto terminó de explotar con otro artista invitado: el colegiado Pérez Pallás encendió los ánimos del personal con algunas decisiones controvertidas.

Con el ruido, el Oviedo mejoró. Empeorar era imposible, cabría matizar. El ataque se volcó a la derecha, sobre las fintas y centros de Xavi Moré. Entonces apareció una de esas maldiciones típicas del Oviedo. En esta ocasión, el capítulo de desencuentros reunió a Óscar Martínez y los palos. Al disparo en la primera mitad a la madera, el gallego sumó otros dos con la misma suerte. El primer, cumplido el minuto quince, tras una buena dejada de Busto. El segundo, en un saque de esquina cerrado. En ambos casos la escena finalizó con el delantero azul lamentando su mala fortuna. Hay días en los que no acompaña nada.

Por si no había quedado suficientemente claro, el Oviedo se aproximó al área rival más por actitud que por fútbol. Es lo mínimo exigible a un equipo que cae dos a cero en su casa. Al partido aún quedaba un factor por aparecer. Sería Saavedra, portero del Toledo con nombre de central y reflejos de guardameta de primer nivel. Lo demostró en una mano acertada a disparo de Moré y lo confirmó derrotando a Busto en el duelo desde el punto de penalti.

En una contra visitante llegó el tercero. Tras un penalti de Negredo, que fue expulsado. El Oviedo se sitúa en la segunda jornada a seis puntos de los mejores. Como siempre, toca remar a contracorriente. Pero más urgente que recuperar terreno es recuperar sensaciones. Los dos próximos duelos en Galicia pueden marcar el camino a corto plazo.