La angustia rojiblanca ha crecido tras el pobre encuentro que despachó el Sporting en Villarreal. Como decía aquel inolvidable entrenador cuyo nombre no viene al caso, en circunstancias parecidas, lo peor no es no haber marcado un solo gol, sino haber terminado el partido sin provocar una sola oportunidad de gol. Y eso fue lo que les pasó el lunes a los rojiblancos, que llevan una de esas rachas viajeras en las que afrontan cada jornada con el ansia de reaccionar y terminan en plena decepción. La decepción del lunes dio paso a la tristeza del martes. Porque ayer fue martes, aunque esto siga sin ser Bélgica. Los nuevos horarios del fútbol convierten los lunes en día de partido y los martes, en días de euforia o tristeza, como es el caso. Como cada semana, la esperanza se pone en la jornada siguiente, en el viaje a Anoeta, donde el Sporting jugará otra final, como todas las que van a quedar de aquí a final de la Liga. Las cuentas ya están echadas seguramente: victoria allí, el otro que pierde allá, el de arriba que se olvida de ganar y así sucesivamente, semana tras semana, con el jefe de sala prometiendo una reacción que no llega, una actitud que preocupa y un juego del que no se habla porque no existe desde antes de la llegada de Mourinho al Real Madrid.

Porque, damas y caballeros, señoras y señores diputados, habrá que convenir que el que dice ser y llamarse entrenador del Real Madrid es quien anima los ratos futbolísticos. Cada rueda de prensa es un combate de boxeo con el malvado periodista que tiene un confidente en el vestuario o con el enemigo exterior, que suele ser el Barcelona ahora que Valdano ya no está en el club. Pese a la escasez de líquido, está claro que el Gobierno debería de subvencionar a Mourinho, que se encarga de dar tema de conversación a las buenas gentes que así pueden olvidarse por un momento de la crisis, la recesión, la deuda y la subida de impuestos. Que ésa es otra.

La emoción para hoy está garantizada, al margen del resultado que se dé en el partido. ¿Va a jugar o no Pepe? ¿Hay trivote o salen Ozil y Kaká? ¿Hay venganza con Casillas o Sergio Ramos? ¿Dará la mano al exquisito Guardiola? ¿Saludará a Tito Vilanova? ¿Saldrá del banquillo? ¿Vestirá la ropa del club o de su patrocinador personal? ¿Hará tres cambios al descanso o los dejará para avanzado el segundo tiempo? Son tantas las incógnitas a resolver, que el partido, a fin de cuentas unos cuartos de final coperos, va a ser lo de menos. Y después, claro, los análisis de los más finos analistas del lugar, que ésa va a ser otra. Uno que recibe un mensaje por el móvil, otro por el Twitter y el de más allá por inspiración divina. Va a dar juego el partido de esta noche.

Y todo esto, Florentino Pérez, el presidente blanco, cuya mano no se ve por ninguna parte, aunque digan que se entrevistó con Sergio Ramos. Pérez, tan largo para tantas cosas, ha puesto los huevos en una sola cesta, en la del portugués errante, y ve con preocupación que van camino de romperse todos. Sólo le faltaba al Madrid de hoy que el entrenador y manager general se baje del tren a mitad de contrato.