«Pedrín, házmelo fácil. Y Pedrín siempre me lo hace fácil». Pepe Acebal, director de la Escuela de Fútbol Mareo, definía hace cuatro temporadas, cuando logró el ascenso a Segunda B con el filial, la labor de un sobrio central al que acabó adaptando al lateral derecho. Ése era Pedro Orfila Artime, un futbolista que basa su mayor virtud en el sentido práctico de su juego. A menos de un mes de cumplir los 24 años, y tras más de una década en las categorías inferiores rojiblancas, el luanquín se ha convertido en el último canterano en debutar en Primera División y el primero en hacerlo bajo la mano de Javier Clemente.

«Es un chaval que cumple en todos los partidos», comentan varios técnicos el día después de que Orfila hiciera de su estreno una de las notas positivas del empate ante el Atlético. Son los mismos que incluso se sorprenden de su descaro a la hora de incorporarse al ataque, unas acciones en las que se prodiga lo estrictamente necesario. Los nervios sólo le atenazaron cuando Clemente le dijo que iba a ser titular, en la concentración en Mareo previa al encuentro. A partir de ahí, reconoce que «estuve bastante tranquilo. Me sorprendió hasta a mí mismo».

La amplia sonrisa de Orfila deja ver un corrector dental que añade cierta imagen juvenil a todo un veterano de la cantera. Es el único gesto que rompe con la timidez de un tipo acostumbrado a que el protagonismo se lo lleven otros. Tan acostumbrado que ha intentado cuidar sus estudios por si el fútbol le daba la espalda. Sólo le restan completar las prácticas para diplomarse en Magisterio y ha iniciado este año un grado en Comercio y Marketing.

Pedro Orfila llegó a los 13 años a Mareo, tras empezar a jugar con los benjamines del Marino de Luanco y militar otras tres temporadas en el Avilés Industrial. Ha sido un fijo en las alineaciones de la cantera del Sporting, algo que le sirvió para formar parte de la selección asturiana en categoría cadete y juvenil. Su progresión continuó en el filial, pero el salto al primer equipo parecía resistirse.

El partido de ida de Copa del Rey, ante el Mallorca, la pasada temporada, fue su primera oportunidad. Una presencia casi testimonial, porque no volvió a disponer de minutos. Ni siquiera en la última jornada liguera, en la que el equipo ya había logrado la permanencia y se jugaba la honra en su visita al Hércules. La planificación de la nueva campaña también le fue esquiva. La marcha de Rafel Sastre obligaba a buscar un recambio para el lateral derecho, y el club decidió incorporar al uruguayo Damián Suárez. «Nunca perdí la ilusión de debutar en Primera, aunque es cierto que con el paso del tiempo ves que cada vez es más complicado. Siempre me fijé en el caso de Nacho Cases. Sirve como referencia para ver que con constancia puede conseguirse», admite Orfila.

Los problemas defensivos del equipo devolvieron la mirada al filial en busca de alternativas. Otra vez, el chaval que siempre cumple, fue el elegido. Estuvo presente en dos convocatorias, pero en ambas se quedó en el banquillo. A la tercera fue la vencida. «Que llegue un nuevo entrenador y apueste por ti es un paso importante, pero no definitivo. Soy consciente de que debo seguir trabajando para poder convencerle», asume Orfila. El vizcaíno tuvo tan clara su apuesta que incluso dejó en la grada al otro lateral derecho disponible.

Su estreno en El Molinón también sirvió para reencontrarse con Adrián López, compañero de vestuario en la selección asturiana y rival en la etapa del tevergano en las categorías inferiores del Oviedo. «Nos deseamos suerte y le felicité por su gran momento», explica Orfila, que tampoco encuentra motivo para que el rival le devolviera los elogios. De eso se encargó su padre Miguel, ex jugador del Marino y ahora profesor de autoescuela en Luanco, su madre María Jesús, su hermana Patricia y su cuñado Jorge, que acudieron a El Molinón con el pequeño de la familia, su sobrino Xurde, de apenas siete meses. Ellos son los apoyos del tenaz Orfila, el jugador que cumple hasta sus sueños.