Un Mallorca que conoce a la perfección su oficio ganó en El Molinón, que terminó enfadado con los suyos, un partido que pone al Sporting en una situación de enorme dificultad, tanta que la permanencia ahora mismo parece una misión imposible. La cruda realidad se ha mostrado con una dureza inesperada.

Cuando se pierde un partido porque el rival ha sido superior no hay nada que decir. No hay culpas para el árbitro, ni para el viento ni para la iluminación eléctrica. El Mallorca de Caparrós llegó a Gijón con bajas importantes pero avisado de que era un partido clave para sumar y alejarse de cualquier peligro, en vísperas de la llegada del Barcelona al estadio isleño. El Mallorca fue superior al Sporting en los aspectos individual y colectivo. Porque tiene jugadores de buen nivel y porque tiene un orden del que careció el equipo rojiblanco que, pese a su inferioridad, logró empatar dos veces y a punto estuvo de hacerlo una tercera vez al borde del final en un gran cabezazo en plancha de Adrián Colunga, que mandó el balón cerca del palo, pero fuera.

La presencia en el equipo del imprescindible Nacho Cases sirvió para que el Sporting jugara con más clarividencia que otras veces porque el centrocampista manda con sentido y mueve al equipo como un veterano. Pero el Mallorca marcó los tiempos y los goles, aunque el segundo fue el colmo de la desgracia porque el balón dio en Pedro Orfila y se coló por un hueco inverosímil. Ese gol, en los primeros instantes de la segunda parte, cuando el Sporting se aprestaba a ir por el partido tras el empate primero, marcó la noche triste de los rojiblancos quienes no se rindieron y volvieron a empatar en un saque de esquina, resuelto por Botía a pase del recién reaparecido De las Cuevas.

Quedaba tiempo para la remontada salvadora, pero el Mallorca volvió a tomar el mando de las operaciones y a aprovecharse de las prisas locales y los desajustes defensivos. Cuando llegó el tercer gol balear quedó claro que el tiempo se acababa en el partido y quizá en la Liga porque ahora mismo sólo queda esperar un milagro. La sangría defensiva que Clemente presumió de haber cortado regresó en el peor momento de la temporada, anoche, en un partido de casa, en un partido de los que había que ganar para llegar a los cuarenta y dos o cuarenta y cinco puntos necesarios para la salvación. La derrota adquiere una dureza tremenda porque el final de la Liga se acerca sin que aparezcan las victorias imprescindibles.

La decepción de las buenas gentes rojiblancas fue evidente porque eran conscientes del significado del resultado de anoche. El domingo el Sporting viaja a Bilbao para jugar ante un Athletic que lleva dos derrotas seguidas tras el bombazo europeo ante el Manchester y que se prepara para un nuevo compromiso continental ante el equipo alemán de Raúl. El equipo de Clemente tiene que empezar a agarrarse a los pocos clavos ardiendo que le van quedando porque ha dejado claro que lo que tiene puede que no le llegue para la permanencia. Se vio desde las primeras jornadas, pero entonces se estaba en la fase del equipo atrevido y alegre, en pleno buen rollito. Pero el equipo no se rindió ayer y no parece que lo vaya a hacer.