A la vista del cierre del primer tiempo, cualquiera hubiese concluido que el Sporting iba a más y el Mallorca a menos. Pero el fútbol es tan imprevisible como la primera jugada tras el descanso. Bastó que Nsué le ganase el duelo individual a Canella para provocar una inestabilidad en el área sportinguista propicia a cualquier desenlace. Lo que ocurrió fue que Pedro Orfila, al intentar interceptar el centro, desvió el balón a su portería, dejando de piedra a Juan Pablo y a todo El Molinón. Dentro de lo malo, al Sporting le quedaba todo el segundo tiempo para levantarse de nuevo. Una impresión que se acrecentó cuando Víctor Casadesús no aprovechó un pase de Álvaro que le dejó solo ante el portero.

Era el momento para que Clemente hiciera los cambios que reclamaba todo el mundo. Y, evidentemente, con De las Cuevas y André Castro el Sporting mejoró. Nacho Cases tuvo más compañeros que hablan su mismo idioma y, sin necesidad de recurrir a la heroica, el Mallorca empezó a pasarlas canutas. Sin necesidad de emular a Usain Bolt, arrancando más cerca del área contraria que de la propia, Mendy se convirtió en un dolor de cabeza para su marcador. Una jugada suya, con balón filtrado entre los defensas, no dio réditos porque Aouate anduvo rápido para tapar el remate de Barral.

El empeño y los ramalazos de buen juego del Sporting acabaron dando resultado tras una enrevesada jugada en el área. Un remate de André Castro se paseó por el brazo de un defensa del Mallorca, pero mientras los sportinguistas reclamaba penalti De las Cuevas rebañó el balón y Botía, jugándose la pierna, embocó. Quedaba tiempo y, como en el primer empate, todo parecía encarrilado hacia un final feliz. Clemente contrarió a la gente con la sustitución de Carmelo por Mendy, quizá cansado por tanto trajín, pero el Sporting siguió hurgando en la retaguardia visitante.

La jugada del 2-3 fue la evidencia de que hay noches que no está uno para nada. El Sporting seguía a la carga tras cortar un ataque mallorquín, pero un despeje devolvió el balón al área local, donde Botía despejó apurado por la presencia de Álvaro, que volvía de un fuera de juego. El juez de línea no levantó la bandera y aquello acabó con un recorte fantástico del joven mallorquín y un remate ajustado al palo que dejó mudo El Molinón.

Aquello ya fue demasiado para el Sporting. Los jugadores, que se habían vaciado en vano, ya no encontraron recursos para otro milagro. Y parte de la afición, que poco antes estaba a muerte con sus chicos, empezó con la cantinela de siempre cuando se tuercen las cosas. Sobre el césped estaban los mismos que se habían dejado el alma contra el Sevilla, o en Barcelona, o ayer mismo. Pero el fútbol no entiende muchas veces de entrega ni merecimientos. Quizá por eso el cabezazo de Colunga en plancha se marchó por un palmo.