Para entonces, el Oviedo había dado muestras de sobra para demostrar que aquella no era su tarde. El citado lanzamiento de Aitor Sanz y un intento de vaselina de Manu Busto fue el pobre bagaje de los de Pacheta en la primera mitad. El técnico atribuiría después el poco acierto en ataque a la falta de inspiración de los jugadores llamados a marcar la diferencia. Se echó en falta algo más que simples ataques emprendedores: un plan coral o algo que implique al colectivo, por ejemplo. El Conquense limitó su aportación en ataque a una falta de Ruano y una contra de Pulga. Su condición de colista no es fruto de la casualidad.

La segunda mitad comenzó con protagonismo arbitral. No podía ser de otra forma. A los 10 minutos de la reanudación Aitor Sanz vio la segunda amarilla en una falta que no tuvo nada de especial. Una contra local, un choque en el centro del campo y el capitán azul en medio del meollo. El colegiado no dudó un instante y expulsó al pulmón azul. El colegiado pareció disfrutar con la escena.

Sólo cinco minutos después demostró que vivía su momento de gloria en el partido. Acostumbrado a las tarjetas, Munuera Montero buscó la motivación más allá del terreno de juego y expulsó al delegado local, un hombre con aspecto bonachón y alma de «hooligan» perfectamente capacitado para hacer oposiciones a delegado del Sevilla.

Pacheta reaccionó con rapidez a la inferioridad numérica. Falcón entró para reforzar el centro del campo y Óscar Martínez fue elegido en el papel de superviviente, alguien a quien buscar en las escasas opciones en ataque. El equipo se atrincheró entonces delante de la portería de Lledó. Sin opciones en ataque, el rendimiento defensivo sí recordó al de los mejores momentos. Pero conceder tanto terreno suele pagarse.

El partido se convirtió en un monólogo local. El Oviedo se limitó a cerrar el paso del Conquense como pudo, pero la oposición a las inmediaciones del área fue demasiado tenue. Que el Conquense es un equipo tierno ya había quedado demostrado antes de la recta final. La falta de voracidad de los delanteros locales invitaba al árbitro a señalar pasivo, como en el balonmano, en muchas ocasiones. Los ataques del Conquense llegaban hasta el área azul con la misma facilidad que luego desaparecían.

El Oviedo fue sintiéndose cómodo con el resultado a medida que avanzaba el partido. Como si la expulsión de Aitor Sanz hubiera sido la excusa perfecta para actuar de una forma tan cínica. Atrincherarse en el área de Lledó ante el colista cuando tienes una renta que rebajar con los cuatro primeros suena a situación en la que es obligatorio irse al ataque. Aun cuando estés con uno menos.

No lo hizo el Oviedo y lo acabó pagando. Esta vez, el mazazo llegó a cuatro minutos del final, para redondear una tarde aciaga. Un rechace en el área azul -suele ocurrir cuando acumulas jugadores en las inmediaciones del área- cayó en los pies del recién ingresado Mauri, que ajustó el disparo a la red. Lo de jugar con la suerte tampoco obtuvo los frutos deseados esta vez.

Finalizó el partido sin apenas acercamientos azules, aniquilado al mismo tiempo por su incapacidad fuera de casa y por la actuación arbitral. Munuera Montero cerraría su gloriosa actuación en el acta: No, el verbo echar no lleva «h», pero bien haría el colegiado en empezar por centrarse en su labor en el terreno de juego.

Con todo, se confundiría quien piense que el único problema de este Oviedo es la actuación arbitral. Puede servir como pretexto en un caso concreto, pero el saldo general dice que falta algo más para aspirar a los puestos nobles. El peor enemigo del Oviedo es el calendario: quedan 8 jornadas y las dudas aprietan como nunca. El Albacete será el siguiente en pasar por el Tartiere en un partido que puede significar un punto de inflexión.

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