Cuando más falta hacía aquella energía, aquella comunión equipo-hinchada de los primeros días de Clemente, el Sporting bajó los brazos de tal forma que al Zaragoza no le quedó más remedio que ganar el partido. Ese equipo desahuciado hace un mes llegó en mejores condiciones a la decisiva cita de El Molinón. Tampoco es que ande sobrado de fútbol, pero tuvo la serenidad y la confianza que le faltaron al Sporting. El gol de Lafita fue sólo la puntilla para un equipo que se ha ganado a pulso el último puesto de la clasificación. Quemados de mala manera dos de los comodines para pensar en la salvación, el Sporting queda a expensas del milagro del siglo. Ayer, disminuido por las bajas, lastrado por alguna decisión del entrenador y atenazado por la responsabilidad, el Sporting cedió el testigo al Zaragoza en la desigual carrera por la permanencia.

Mientras el cuarto árbitro mostraba la pizarra con el descuento, once sportinguistas eran incapaces de empotrar a su rival en el área, como se podía suponer con empate a uno y El Molinón derrochando adrenalina. Como durante casi todo el partido, al margen de algún arranque aislado, era el Zaragoza el que tenía controlada la situación. Tras una jugada con varias disputas ganadas por los visitantes, el balón llegó a Zuculini, escorado a la banda derecha y habilitado, una vez más, por Eguren. Estaba claro que meter aquel balón al área era algo así como quitarle la anilla a una granada. Podía explotarle a cualquiera. El centro, raso, llegó a Lafita, el destinatario adecuado por su calidad y sangre fría. Gol. El Zaragoza, en la gloria. El Sporting, en la más absoluta de las miserias.

Como tantas otras veces, el partido acabó con la cantinela de los jugadores, los sentimientos y los colores. A los sportinguistas que se comieron ayer el marrón se les podrían hacer un montón de reproches estrictamente futbolísticos, pero nunca que no se entregaran hasta la extenuación. Al contrario. Jugaron, o lo que fuese aquello, con tanta tensión que ni siquiera llegaron a la mediocre versión del resto de la temporada. En el partido más esperado, el Sporting fue el increíble equipo menguante.

Clemente contribuyó lo suyo al desastre. Si lo que buscaba con Eguren de central era la serenidad del veterano, se equivocó totalmente. Como se puede comprobar en los dos goles del Zaragoza, el uruguayo no conoce los intríngulis del puesto. Al quedarse enganchado mientras sus compañeros tiraban la línea del fuera de juego habilitó a Mateos en el 0-1 y a Zuculini en el golpe definitivo. Además, su lentitud en las distancias cortas fue un problema que el Zaragoza, y sobre todo Helder Postiga, explotó a conciencia. Es cierto que su gol devolvió la esperanza al sportinguismo, pero eso fue muy poco en un partido muy deficiente.

Claro que Eguren nunca puede ser el chivo expiatorio de un equipo que jugó mal y, en muchos momentos, no pareció interesado ni siquiera en jugar. La consigna, con carácter general, volvió a ser el pelotazo para que Barral y Colunga se buscaran la vida. Salvo algún tramo del segundo tiempo, cuando De las Cuevas y Trejo bajaron el balón al pasto, el Sporting fue incapaz de sacar del anonimato a Roberto, un portero que lleva toda la temporada protagonizando los resúmenes de los partidos del Zaragoza. En cambio, Juan Pablo trabajó más a menudo y sufrió la tiritona de la última línea ante la mínima combinación del equipo visitante.