Pudo ser la Virgen croata de Medjugorje, de la que Bilic es un notorio devoto. O pudo ser la asturiana Santina de Covadonga, a la que el capellán del Sporting, Fernando Fueyo, encomienda todos los años, a pie de cueva, la salvación del equipo. O pudo ser, sin intervención sobrenatural, como es más probable, una de las casualidades a las que está abierto el fútbol. Fuera lo que fuera, en el minuto 75 del partido se produjo un prodigio en El Molinón. El Sporting era a esas alturas del partido un equipo sumido en la impotencia. La enésima revolución de Clemente parecía agotada. La acumulación de centrales servía mal que bien para defender un empate que no servía para nada. Lora era un pequeño titán con la misión imposible de imponerse en el centro del campo, donde ya hacía tiempo que no le ayudaba Trejo. Y el Rayo de no se sabe quién, aunque seguro que sí de Sandoval, su valiente entrenador, parecía dispuesto a ir por un partido en el que el marcador había ido a trompicones, con dos goles de rebote. Cada equipo había dispuesto de una ocasión clamorosa: la del Rayo, creada y desperdiciada por Diego Costa en el primer tiempo, y la del Sporting, al comienzo del segundo, un tiro al larguero de Sangoy en un saque de falta. Aparte, Sangoy había fallado un cabezazo de libro en la única jugada que Colunga había hecho a la altura de su prestigio. Fue entonces cuando Clemente, una vez más, se decidió a quemar las naves. Ya había retirado al decepcionante Colunga, y ahora daba el relevo al eclipsado De las Cuevas. A cambio, daba una oportunidad al postergado Bilic. Y fue el croata, recién salido al campo, el que aprovechó un buen lanzamiento de Sangoy para coger la espalda a la defensa rayista y encarar con ventaja la portería. Hacia ella se dirigía cuando Labaca, poco antes de que entrara en el área, lo alcanzó por atrás y lo derribó, en una jugada de flagrante expulsión. A los aficionados con un poco de memoria se les vino a la mente que justo en ese lugar hace cuatro años Bilic había marcado un gol al Milán en el trofeo «Costa Verde». Y más de uno pensaría que el lance se podía repetir, al ver que el croata se situaba muy cerca del balón, a su izquierda y casi paralelo a la portería. Así había tirado aquella vez. Y así, justo así, lo repitió ahora. Dos pasos apenas, un golpe seco y fuerte con el interior del pie, y el balón, describiendo un arco, superó limpiamente la barrera y fue a meterse en la portería cerca del primer palo. Joel, que cubría el segundo, ni se movió.

El milagro, o lo que fuera, aún necesitaría un estrambote. Con el Rayo jugando con nueve jugadores, después de que Ayoze provocase con una briosa arrancada, como no se le recuerda en su periplo sportinguista, la expulsión de Casado, y ya corriendo el tiempo de prolongación, Delibasic tuvo en sus pies la igualada. En un balón frontal, mal defendido una vez más por los rojiblancos -así les habían empatado el partido, en un saque de falta-, se había llevado a Moisés y, tras regatearle, encaró a Juan Pablo. La angustia cortó el aliento de los aficionados gijoneses en los dos segundos que el serbio tardó en armar la pierna y lanzar el disparo. Pero no tiró bien, ni Juan Pablo se descompuso y por todo ello el portero rechazó el balón. Y el Sporting pudo al fin agarrarse a la victoria.

No es seguro, ni mucho menos, que con ella se agarre también a la esperanza, que se antoja lejana, por no decir inaccesible. Pero al menos puede con ella prolongar la lucha, que no otra cosa significa agonía. En ese objetivo el equipo se reinventa cada domingo, o lo reinventa su entrenador. Ayer lo plagó de centrales, con Moisés como refuerzo de Botía y del reaparecido Gregory, cuya contundencia y poderío en el juego aéreo se dejaron notar, y arriesgó en el centro del campo, aumentando la responsabilidad de un Lora admirable por su esfuerzo y perseverancia, para dar quizá más opciones de llegada con los desdoblamientos de Trejo, el jugador con más recorrido. Todo ello funcionó más o menos antes de que el cansancio fuera rompiendo el partido. Hasta que al final un milagro con estrambote recompuso lo que parecía ir camino del desastre.