Con el fallecimiento de Felgue hemos perdido a quien fue ejemplar compañero de trabajo durante muchos años en LA NUEVA ESPAÑA. Y en mi caso concreto, al amigo que escribía en la mesa de al lado. Codo con codo vimos pasar por la pantalla de nuestros ordenadores la actualidad deportiva, particularmente dedicado él a la del Real Oviedo. Madrugador y metódico, ya desde sus inicios como corresponsal de «Diario 16» se mostró especialmente cuidadoso en el acopio de material informativo. Un suelto semiperdido en la esquina inferior de una pagina par, algo que a cualquiera le habría pasado desapercibido, él lo recortaba para que con el paso del tiempo quedase elevado a la categoría de documento. Fue así como logró ir engrosando un notable archivo de datos y estadísticas con los que enriquecer sus informaciones futbolísticas.

Aunque no fue el fútbol, sino el hockey, el que le ofreció la oportunidad de darse a conocer en los círculos periodísticos ovetenses. Felgue fue de los que colaboraron y disfrutaron con el mejor Cibeles, en la etapa presidencial de Armando Álvarez; y de los que vivieron en directo el histórico éxito del club ovetense en Salamanca, el 24 de junio de 1980, cuando ganó la Copa frente al Barcelona. En las hemerotecas quedan centenares de sus crónicas. Veía muy bien el hockey rodado, y además sabía contarlo, desvelando en sus amenas informaciones las claves que explicaban el resultado.

Años después, en 1998, volcó todos sus conocimientos hockeísticos en el libro «Regios patines», del que fue coautor junto con Adolfo Casaprima (editor), Ramón Pardo y Chema Feito. Una obra hoy imprescindible para comprender el fenómeno social y deportivo que supuso aquel sorprendente Cibeles. Me regaló un ejemplar, con cariñosa dedicatoria que a la luz de su ausencia adquiere mayor carga emotiva.

Su denodada lucha contra la enfermedad no le impidió mantener el vínculo con los lectores, con quienes tenía la virtud de saber conectar. Semanalmente seguía haciendo un repaso a la actualidad del Real Oviedo desde estas páginas de LA NUEVA ESPAÑA, con unas opiniones siempre animadas por el cariño hacia el club y que suscitaban vivo debate en las tertulias. Bien puede decirse que Felgue dignificó la profesión hasta el final.

Los anteriores apuntes no pasan de ser un esbozo de cuanto hace del fallecimiento de Felgue un auténtico mazazo. Pero está además la faceta personal, donde su ausencia aún será más sentida. Pienso especialmente en su hijo, Nacho, al que todos deseamos fuerzas para que con el apoyo del resto de la familia consiga superar esta nueva y dolorosa prueba.