Si se trataba de salir del Bernabeu sin la paliza habitual, el Sporting cumplió. Como en el Camp Nou. Pero en frío, lo que queda es la imagen de un equipo apocado y autolimitado por el planteamiento de su entrenador. Comprensible a la vista del estado actual del Sporting. Doloroso para los que recuerdan otras épocas en las que los rojiblancos llegaban a los grandes escenarios con otro talante, aunque a veces les pintaran la cara.

No fue la de ayer la mejor forma de despedirse del coliseo madridista. El camión de defensas que descargó Javier Clemente en el Bernabeu era el anuncio de una capitulación a plazo fijo. Si la retrasó más allá de una hora fue, principalmente, porque se encontró un Madrid más espeso de lo habitual. Y, también, porque Pérez Montero se atrevió a pitar lo que ningún colega había hecho durante el último año en la Liga: señalar un penalti al equipo de Mourinho.

La triquiñuela de Cuéllar, al lanzar un balón desde el banquillo para interrumpir un ataque del Madrid, tuvo un doble efecto negativo: dejó una imagen fatal del Sporting y elevó la adrenalina de un Madrid hasta ese momento extrañamente hipotenso. Fue una acción tan contraproducente como impagable, aunque sólo fuese para comprobar la reacción de Mourinho, el follonero mayor del reino, y todo su cuerpo de guardia.

El corte de mangas de Mourinho tras uno de los goles que despejaban el panorama madridista pudo ser la coartada para que Clemente repitiese su bravuconada de la sala de prensa del Camp Nou: «Los tuvimos acojonadillos durante un rato». Lo cierto es que, según la terminología clementista, el fútbol son victorias y lo demás, castañas. Como del campo de los dos grandes el 99 por ciento de los equipos salen a castañazos, no parece tan mala idea intentar algo más que suene la flauta.

Posiblemente, ni los tres puntos del Bernabeu hubiesen servido para salvar la situación desesperada de un Sporting condenado ante otros rivales y en otros escenarios de menor tronío. Por eso, tampoco hubiese sido mala idea haberle dado más cuerda a los peloteros, en vez de obligarles a ejercer de aguadores. Aunque el resultado fuese el mismo, e incluso peor, el Sporting no hubiese quedado como el visitante más amarrategui de la temporada. Porque al final son castañas.