Después de un sábado futbolístico enorme, para algunos, caso del Sporting, hay Liga; para otros, casos del Real Madrid y Barcelona, ya no hay Liga, aunque los primeros harán bien en no creerse que ya tienen el título en la mano. Pero el Sporting, fiel a sí mismo, con la angustia que viene siendo habitual en esta temporada, sacó adelante un partido que ganó por poco y que tenía que haber resuelto primero y después, ya al final, con alguna claridad. Los tres puntos eran imprescindibles para seguir en la ilusión de que el milagro de la salvación aún es posible. Hoy, con los treinta y un puntos en el coleto, a seguir con el ojo izquierdo lo que suceda en Santander, Granada y San Sebastián, sobre todo en estas dos últimas ciudades, donde juegan el conjunto andaluz y el Villarreal de las siete vidas. No tienen rivales que se vayan a matar, pero habrá que esperar y ver.

La conclusión principal del partido de El Molinón, ya menos bondadoso, es que el equipo anda justo, muy justo. Lo sabido, pero acentuado en los tiempos que exigen máxima tensión. También quedó claro que no hay imprescindibles en la plantilla, ni siquiera Barral, porque sus competidores para el puesto de ariete fueron los felices protagonistas: Sangoy, resolviendo un barullo con el oportunismo que se le supone a un delantero, y Bilic, con un perfecto gol de falta, clavado a aquel que marcó en el amistoso del regreso a Primera frente al Milán. Sangoy, además, lanzó otra falta al larguero de un Rayo que navega en los mares de la tranquilidad y que no empató en los minutos finales porque Juan Pablo cada día es más santo. Y la ocasión llegó cuando el Rayo Vallecano estaba con nueve jugadores. El empate hubiera sido doloroso e imperdonable porque los rojiblancos tuvieron varios contragolpes en superioridad que resolvieron con muy poca cabeza. Pero la crucial victoria se quedó en casa para seguir remando en las cuatro jornadas que quedan.

En el gran duelo de Barcelona, Cristiano Ronaldo no mandó callar al Camp Nou, como Raúl en memorable ocasión, pero se reivindicó exigiendo calma porque él estaba en el campo, vino a decir. Fue después del segundo gol, dos minutos después del empate de un Barcelona sin acierto en llevar al marcador su dominio del balón. Fue un gol clavado a otro reciente en el mismo escenario, con pase maestro de Özil y quiebro a Víctor Valdés. No hay motivos para pararse en el arbitraje, pese a los análisis de la posición de Kedhira en su gol o la patadita de Alves a Cristiano. El partido no fue un dechado de calidad, pero deja al Real Madrid a las puertas de una nueva Liga, la treinta y dos de su historia, y con la moral recrecida para recibir el miércoles a los alemanes. El apretón del Barcelona se ha quedado corto, lo que demuestra que su entrenador, que ayer se retiró sin un mísero saludo al rival, sabía lo que iba a pasar cuando daba el Campeonato por perdido. Las ausencias de Piqué y Cesc han abierto ya los primeros debates sobre lo que está pasando en las entrañas del vestuario azulgrana. Por cierto, el juego sucio de Mourinho anunciado a toda plana por un periódico catalán no se vio. Ni Pepe mató a nadie, ni trivote, ni presión al árbitro ni historias parecidas. Mandó el fútbol. ¿O no?