Frente al Levante, Sangoy. Ayer, Bilic. El Sporting ha encontrado de forma inesperada algún goleador para seguir tirando. Las opciones matemáticas de permanencia siguen ahí, aunque la razón futbolística diga lo contrario. Parece como si, una vez hechos a la idea tras el palo frente al Zaragoza, los jugadores se hubieran liberado. Ayer el Sporting ganó un partido que tantas otras veces hubiese empatado o perdido. Para prueba, la llegada de Delibasic en el descuento. Pese a que el Rayo estaba con nueve, el delantero se las ingenió para ganar la espalda de los tres centrales sportinguistas y encarar a Juan Pablo. En otro tiempo, no muy lejano, gol y dos puntos menos. Ayer el balón descansó en el regazo del portero. Alivio, fiesta y a seguir alimentando la teoría del milagro.

Tras el empate de Labaka, tan rocambolesco como el gol de Sangoy, por El Molinón flotaba la sensación de fin de ciclo en Primera. El Sporting, que había acariciado el 2-0 en un buen arranque del segundo tiempo, parecía desinflado. Hasta que, como en el recordado miércoles del Levante, Clemente se lió la manta a la cabeza. El técnico decidió unos cambios tan incomprensibles en el momento como providenciales a la hora de la verdad. Sobre todo el de Bilic, que entró en el 74, provocó una falta con el complementario de la roja a Labaka y, con toda la naturalidad del mundo, puso el balón junto al poste derecho de Joel.

Así, con un golpe de inspiración, resolvió el Sporting un partido racheado, jugado a tirones, en las antípodas de aquellos tan encorsetados que acabaron mal para el equipo gijonés. Como quedó tan satisfecho con la faena del Bernabeu, Javier Clemente repitió planteamiento y casi alineación, aunque el rival fuese el Rayo y no hubiese más objetivo que los tres puntos. Con la vuelta de Gregory, el Sporting presentó una última línea tan contundente como poco engrasada. Durante los primeros minutos abundaron los gestos y las miradas de desconcierto entre los tres centrales, que no sabían muy bien a qué atenerse.

Para suerte del Sporting, el Rayo no aprovechó los desajustes del nuevo dibujo. Con Lora como único mediocentro, auxiliado por Trejo ocasionalmente, el Sporting fue un equipo largo, tan capaz de llegar al área contraria con peligro, como de conceder espacios a los rayistas. Curiosamente, pese a tener superioridad en el centro del campo, los de Sandoval no controlaban el partido. Y, tras un par de escaramuzas locales, pagó su falta de contundencia en un saque de esquina convertido casi en una melé de rugby en el área pequeña. Sangoy, tras varios rebotes, embocó casi bajo los palos.

Hasta el descanso, el Sporting siguió dando mayor sensación de peligro, sobre todo cuando se juntaban Trejo y De las Cuevas para activar a Adrián Colunga y Sangoy. El Rayo, que se ha movido con dignidad por la Primera pese a su debilidad defensiva, acusaba las bajas de algunos titulares. Claro que en el campo contrario, el trío formado por Gregory, Botía y Moisés tampoco daban ninguna sensación de firmeza. Por eso Piti pudo escaparse por la derecha, con remate detenido por Juan Pablo. Y gracias a esas facilidades, Diego Costa tuvo un mano a mano con el portero, que le exigió lo suficiente para escorarse y que el remate del brasileño fuese al lateral de la red. Ayoze, acostumbrado a mirar hacia la puerta contraria en el Tenerife, sufría para ejercer de carrilero.