Nacho AZPARREN

La inercia sigue siendo ganadora. España, vencedora de siempre en categorías inferiores y conquistadora reciente de las competiciones grandes, sigue dando lustre a su palmarés. El Europeo sub-19 fue la excusa perfecta para revalidar el título y sumar el sexto de la categoría. También para descubrir una hornada poderosa repleta de talento que hace que no se piense en períodos de transición.

El conjunto dirigido por Lopetegui tiene muchas de las virtudes de sus mayores, pero con un extra de picante, una marcha más en ataque, la que proponen Deulofeu y Jesé. La perla de la Masía y la de Valdebebas forman una pareja temible en la categoría. Cada uno partiendo desde su parcela, más cerca de la línea de cal que de posiciones más centradas, sus diagonales son devastadoras para el rival de turno.

El gol que dio el triunfo a España supone el mejor ejemplo. La presión que sometieron los de Lopetegui a la salida de balón griega posibilitó que el balón llegara a los pies de Deulofeu. El del Barça se aventuró a una conducción en el alambre, sorteando rivales en la frontal del área mientras por el rabillo del ojo esperaba algún guiño cómplice. Se lo hizo Jesé, que tiró el desmarque, esperó el momento justo para recibir el balón y cruzó con clase ante la salida del meta griego.

El tanto sirvió para encumbrar a Jesé como máximo goleador del torneo y hacer justicia a una exhibición de 90 minutos a la que Grecia asistió desde primera fila. Que el tanto no llegara antes se debió a una combinación de mala suerte, ofuscamiento ante la meta rival y el mal endémico que parece asolar a todas las generaciones españolas: la falta de un nueve resolutivo como máxima referencia.

Los últimos minutos, lejos de suponer que España levantara una trinchera, sirvieron para demostrar que la propuesta española se lleva hasta los límites. El rondo en que convirtió España el final del partido fue un golpe de autoridad mayor que una cascada de goles. Las bases parecen sólidas.