Menos mal que ya se acabaron por este año los compromisos insulares del Real Avilés, porque salta a la vista que los aires canarios no sientan bien a la plantilla. Como contagiado del fruto típico del archipiélago, el equipo se mostró aplatanado tanto en su duelo con el líder Tenerife como contra el colista Marino de Arona; o sea que si en la primera vuelta se podía afirmar que el Avilés era capaz de ganar a cualquier rival, ahora la cosa es que cualquiera puede hacerle un roto. Una peligrosa dinámica que ha puesto a los blanquiazules a sólo cinco punto de la promoción de descenso; la de ascenso queda más lejos, a siete puntos, o sea que todo el mundo sabe ya cuál es el objetivo de esta temporada de debút en Segunda B: la permanencia, tratar de conseguir cuanto antes dos victorias oxigenantes-o seis puntos con cualquier otra combinación de resultados- para respirar hondo, hacer autocrítica y aprender de los errores que han metido al Avilés en un bache que amenaza hasta con desconsolar a la afición. Y eso sí que sería una pena.