No hay nada como remar con viento a favor. España, escuela histórica de talentos que se perdían al llegar al escaparate internacional con la camiseta roja, ha logrado cambiar su sino en los últimos cinco años. El talento sigue intacto, más o menos siempre ha sido así, pero ahora el nivel competitivo de los futbolistas criados en España ha aumentado de forma exponencial. Víctor Valdés y Monreal, protagonistas en la victoria de París, se presentan ahora como los nuevos héroes de la mejor selección que se recuerda. La irrupción de nuevas caras no es una novedad.

No parece que se trate de una generación aislada, de un grupo de futbolistas que coinciden en generaciones próximas fruto de la casualidad. El abanico es más amplio. Sólo hay que analizar los últimos casos. Tras ganar la Eurocopa de Austria y Suiza muchos señalaron el papel de Senna, el brasileño nacionalizado, como la clave en la evolución de La Roja. El pivote ofrecía el equilibrio que había faltado en anteriores fracasos. «El otro fútbol», que bautizó Luis Aragonés. Llegó el Mundial dos años después y para entonces Sergio Busquets ya se había convertido en indispensable para el centro del campo. También Alonso había dado un paso al frente para alejarse del banquillo. España reinó en Sudáfrica con algunos cambios de piezas.

Algo similar ocurrió en la defensa. Marchena había evolucionado en la Eurocopa de 2008 de sospechoso habitual a la mismísima reencarnación de Beckenbauer. España siempre ha sido un país de extremos. Su torneo fue tan perfecto que pocos imaginaban una selección sin su oficio en la zaga. Pero dos años después Marchena se había ido apartando discretamente a un segundo plano. Gerard Piqué, un central con agallas y elegante en el trato del balón había tenido la culpa. El catalán reinó como acompañante de Puyol.

Dos años después el drama se centró en el lateral izquierdo. Capdevila había sido el inquilino indiscutible en el ciclo glorioso hasta 2010, pero su inactividad en Portugal invitaba a buscar sustitutos. Surgió Jordi Alba, un extremo que el Valencia había reconvertido en zaguero. Su irrupción en la Eurocopa de 2012 rozó la perfección. Arbeloa, un meritorio que nunca había mostrado brillantez, logró a base de trabajo hacer lo mismo con el carril derecho. La evolución seguía su rumbo.

Los cambios ofensivos también fueron llegando. Ya no importaba que Torres no estuviera en su mejor momento. Ni que Silva hubiera perdido algo de chispa. Pedro emergió del mejor Barça para jugar las citas trascendentales del Mundial. Fábregas dejó atrás la vitola de centrocampista para disfrazarse de falso delantero para golear en la Eurocopa de Ucrania y Polonia. La escuela asturiana, con Mata y Cazorla a la cabeza, ofrecen alternativas en el foco ofensivo cada vez que se les ofrece la oportunidad. Los ejemplos se multiplican en cada fase de clasificación o torneo de importancia. En España ya no importan las ausencias, se celebran las novedades.

Quizás fueron estos precedentes los que hicieron que el martes en París pocos repararan en las bajas. A pesar de que algunas fueran de calado, como la de Casillas, capitán, estandarte y espíritu de la generación más brillante que se ha conocido. Víctor Valdés tuvo su oportunidad, superada la treintena, y no la desaprovechó. Su mano a mano ganado a Ribery solo fue el preludio de su momento de mayor brillantez, un remate de Evra a bocajarro. Valdés zanjó los dos momentos con una agilidad extraordinaria y España respiró tranquila. Tampoco se oyeron excesivos lamentos con la lesión de Jordi Alba. Le tocaba el turno a Monreal con apenas experiencia con la selección. Dio igual. Su labor defensiva impoluta se complementó con la acción que dio el liderato a España: una internada por la banda, seguida de un control excelente y la asistencia a Pedro. Monreal se despidió del campo como el asistente de un gol que vale un Mundial. La fábrica sigue generando sus frutos. Valdés y Monreal son los últimos ejemplos y la generación que llega por detrás sigue apretando. Isco, Javi Martínez o Thiago ya frecuentan un grupo que no muestra signos de cansancio.

Con independencia de los resultados que pudieran darse había un futbolista para el que los dos últimos partidos de la selección española tenían un significado especial. David Villa se sentía reconfortado al mantener la confianza del seleccionador, Vicente del Bosque, y su equipo técnico, en una temporada muy difícil para él, después de que una vez que superó la grave lesión que padeció a finales de 2011 su puesto como titular en el Barcelona estuviese en cuestión.

Pero Del Bosque tiene clara su manera de actuar, futbolística y personal; y en los dos aspectos cuenta con Villa porque sabe que es capaz de rendir a la perfección y por otro lado porque es una persona que se ha ganado el aprecio de sus compañeros. No estuvo muy lucido El Guaje en ninguno de los dos partidos, contra Finlandia y contra Francia, pero su compromiso con el equipo está fuera de toda duda, así que todo hace indicar que habrá Villa para rato en la selección.

El de Tuilla no dejó pasar la oportunidad de todos modos de agradecer a Del Bosque tras el partido en París su convocatoria. «Siempre me he sentido jugador de esta selección, incluso cuando estaba fuera. Y ha sido por todo el cariño que me han dado Del Bosque y sus ayudantes. No sé cómo voy a poder pagarlo», afirmó El Guaje.

Otra muestra más de cómo hace equipo Del Bosque se vivió en el partido con Francia cuando aceptó de inmediato la sugerencia de Xavi de que podría estar bien que Casillas acudiese a la concentración del equipo español en un momento en el que el conjunto pasaba un momento delicado tras el empate en Gijón con Finlandia. Casillas y Xavi tienen una excelente relación personal -ambos fueron además premio Príncipe de Asturias de los Deportes en 2012- y el barcelonista entendía que la presencia del capitán podía ayudar a mejorar el ánimo dentro de la selección.