Corría el minuto 88 cuando Carmona sacó un buen centro desde la banda derecha y Sangoy, llegando a la carrera, remató de volea con decisión. Si el tiro, estupendo, hubiera salido unos centímetros menos hacia la derecha, habría resultado imparable. Pero seguro que no fue un problema de puntería del rematador, sino una decisión de ese incierto destino, unas veces arbitrario, otras justiciero, que rige el fútbol. Un partido tan malo no merecía ser resuelto por un gol tan bueno. Merecía, sobre los dos ceros del marcador, un cero mayor. Y así fue.

VOCES Y MURMULLOS.- Había comenzado con un ambiente insólito. Después de la lobreguez de un invierno interminable y lluvioso, casi costaba trabajo adaptarse a tanta claridad. Por otra parte, se oía todo. En el transcurso del juego los futbolistas hablan mucho, pero el clamor del graderío ahoga sus voces. Ayer había en El Molinón muchos menos espectadores de los habituales y estaban tan desanimados que no tenían ganas ni de protestar. Y la ruidosa claque del Fondo Sur había hecho de la ausencia su forma de protesta. Sólo comparecieron, hacia el minuto 15, unos enviados del colectivo para invitar a los pocos espectadores que se encontraban en esas localidades a que las desalojaran. Que en un partido esas cosas adquieran relieve da idea del interés de lo que ocurre en el campo. Como fue notorio que, cuando en el minuto 18 del segundo tiempo Álex Barrera trazó una buena jugada individual y la culminó con un buen pase, un murmullo de aprobación la subrayara. Ya se había apagado para entonces el único rescoldo de interés que llegó a deparar el partido, inmediatamente después del descanso cuando en apenas cinco minutos los porteros intervinieron de forma decisiva. Primero fue Cuéllar el que evitó el gol ante un Ferrón que, desmarcado por un pase de Naranjo, se había plantado ante él con todos los pronunciamientos a favor. Y luego sería Alejandro, el portero gijonés del Recreativo, el que salvase a su equipo del gol en un buen saque de falta de Carmona desde el lateral izquierdo.

UN POSO DE DECEPCIÓN.- Los resultados que llegaban desde otros campos eran escarnecedores para un Sporting al que la suerte deparó más oportunidades de las que probablemente se hizo acreedor. A la vista de esos resultados, el partido de ayer pudo tener mucho valor en vez de convertirse en el desperdicio que finalmente fue. Pero estaba visto que el signo de esta temporada infausta era el de que la decepción se acumulara sobre la decepción. Y de esa forma el último partido en casa no sirvió ni de prueba. Mandi se perdió en el centro del campo y a Juan Muñiz le pudo el ritmo del partido. Con Trejo ausente, como si no estuviera en el campo, el juego de ataque del Sporting quedó a expensas del empuje de Lora, la voluntad de Carmona y los intentos de Guerrero. Apenas algunos detalles de Menéndez o de Barrera tuvieron valor estimulante, pero lo que acabó por prevalecer fue una sensación de desilusión que pone en cuestión todo, desde el acierto de la gestión a la competitividad de la plantilla pasando por la capacidad del entrenador.

Por mucho sol que, al fin, hiciera ayer, la temporada termina para el Sporting bajo un nubarrón.