Manuel Barreto, fisioterapeuta del Oviedo y muy unido al mundo del deporte, compartió sesiones con el avilesino en plena ebullición del "fenómeno Lamela". Vivió de primera mano lo que supuso la explosión de aquel atleta con unas condiciones que llamaban la atención a simple vista.

Ocurrió en el verano de 2000, en Oviedo. Yago Lamela había confirmado su puesto en el estrellato con el subcampeonato del mundo en Sevilla después de un extraordinario salto de 8,40 metros. La demostración obligó al genio cubano, Iván Pedroso, a irse hasta los 8,56 para poder quedarse con la corona de campeón mundial. Fue entonces cuando el gran público descubrió a un campeón en potencia. Después de aquella actuación en Sevilla, el foco se posó sobre la gran cita para un deportista: los Juegos Olímpicos de Sidney.

Pero una lesión en el bíceps amenazaba el concurso del avilesino en Australia. Lamela, a través de su entrenador Juanjo Azpeitia, se puso en las manos de Barreto para llegar en las mejores condiciones. "Muscularmente era una bestia, un portento físico. Tenía ese tren inferior que le hacía tan característico. Le veías entrenarse en San Lázaro meses antes de los Juegos Olímpicos y era un espectáculo. Nadie hacía las sentadillas como él", recuerda Barreto con una sonrisa.

El trato profesional se alargó durante los meses previos a la gran cita. "Estaba ante unos Juegos Olímpicos, su gran meta, así que trabajaba muy fuerte, no le quedaba otra opción que hacerlo de esa manera", indica el fisioterapeuta. Barreto también pudo indagar en la esfera más personal del atleta. "Estábamos en plena etapa de su explosión mediática pero nunca dio la impresión de vivirlo así. Era un chico normal, muy llano y formal. De aquellas era todo alegría", señala.