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JUANJO AZPEITIA

"Era diferente; un campeón de la calle"

"Yago era una maravilla para cualquier entrenador"

José Antonio Rodas, Miguel del Valle, Yago Lamela, Juanjo Azpeitia y Manuel Barreto, en San Lázaro, en 2000. Lne

La última vez que Juanjo Azpeitia y Yago Lamela coincidieron fue hace un par de meses. Con ocasión de la celebración de la gala del deporte asturiano, la asociación de la prensa deportiva regional propuso al entrenador un galardón como premio a su trayectoria. Lamela no quiso perderse el acto en el que se daba tributo a la carrera del que había sido su gran valedor desde el primer momento. "Allí estaba sentado en primera fila en la Universidad Laboral. Se me acercó después de que recogiera mi premio y me dijo "Juanjo, estás igual de loco que siempre"", relata su exentrenador.

La imagen de Juanjo Azpeitia iba necesariamente asociada a Yago Lamela en los años dorados. Yago saltaba, Juanjo seguía su recorrido desde la grada, a pocos metros de la pista, con la vista puesta en el foro y las palabras correctas esperando ser pronunciadas ante el avilesino. Formaban un equipo. Por aquellos tiempos el mundo del atletismo se frotaba los ojos con un chaval blanco que no respetaba los cánones clásicos del saltador. "Un tío de Avilés, bajito, chaparro? La gente le veía como un campeón diferente, como el campeón de la calle", asegura Azpeitia, aún impactado con la noticia. "Me siento raro, extraño, dolido. Muy triste. Tenía 36 años? ¡Madre mía!", comenta al otro lado del teléfono minutos después de que haya conocido el fatal desenlace.

Azpeitia vivió mano a mano con él los días de gloria. También la caída posterior. Y sus posteriores intentos por regresar al atletismo. Cada uno de los entresijos que forman el complicado guión de la vida de Lamela. "Teníamos algunos planes para el futuro, sí. Que entrenara a Andrés Capellán, por ejemplo. No tenía un contacto muy fluido en los últimos tiempos pero sí que de vez en cuando nos mandábamos mensajes de móvil o mails. Las veces que le vi estaba animado, contento y más delgado que de costumbre. Estaba adelgazando. Actuaba como siempre: jovial y con ganas", analiza el preparador.

Con Lamela se va algo más que el alumno más aventajado con el que haya trabajado Azpeitia. La relación que se fraguó entre ambos no se detuvo en el tartán. "Era un chaval normal, con todas las letras. No era de los que iba presumiendo por ahí, que dice "aquí viene el gran campeón". No, no. Todo lo contrario. Incluso le molestaba que le reconocieran por la calle, que no tuviera la intimidad que tenía antes de saltar a la fama", comenta. "Tenía algunos proyectos en mente que me hacía pensar que estaba animado. Por ejemplo, me comentó que este verano quería sacarse el título nacional de atletismo en Madrid", añade.

Lamela sea ido pero al menos quedará su poso. El de un saltador que irrumpió en el firmamento internacional con el estruendo propio de los fenómenos que nadie intuye. Un héroe inesperado. El mismo que con aquellos 8,56 metros dio un puñetazo encima de la mesa y logró que muchos en España dirigieran sus miradas hacia una especialidad que solo suscitaba cierta atención cada cuatro años, con motivo de los Juegos Olímpicos. "Deja un legado excepcional", reflexiona Azpeitia; "ha sido un atleta impresionante. Quizás la mejor definición que se puede hacer de él es que fue el hombre que puso los pelos de punta a Iván Pedroso. ¡Casi nada!".

Ninguna conquista de Lamela fue fruto de la casualidad. Todo, fruto del trabajo, como reconocen los que trabajaron habitualmente con él. Ninguna voz como la de Azpeitia sabe cómo se ejercitaba el avilesino. "Era constante, perseverante, trabajador? hasta límites que nadie se puede imaginar. Siempre hacía dos más de lo que se le exigía. Una maravilla para cualquier entrenador", le define el que fue su preparador y la persona junto a la que más lucho en la pista.

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